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Homenaje a Pepe Domingo Castaño

Homenaje a Pepe Domingo Castaño

Actualizado 29/09/2023 15:54

Pequeño pero sentido homenaje al genial locutor de Tiempo de Juego y Carrusel Deportivo por parte de Sergio García Cestero, director de Soria Noticias.

Cuando se muere el ídolo de tu infancia, una parte de ti se va con él. Y eso es lo que nos pasó el pasado domingo 17 de septiembre a toda una generación, la mayoría hombres, de nacidos en los años 80 y 90. He oído decir que Pepe Domingo Castaño era la voz del deporte, en un vano intento por ocultar la realidad. Porque Pepe no era un narrador ni un analista, Pepe no parecía saber más de futbol que cualquier otra persona que haya dedicado media vida a ver partidos. Pepe no era un periodista, no lo necesitaba. Pepe era una bestia comunicativa. Pepe, para mí, era un anunciante, un comercial. El mejor que he conocido nunca.

Si tuviera que elegir un sonido que defina mi infancia y mi juventud sería ese ‘¡Hola, hola!’ que esperaba con el ansia desmedida que solo un niño es capaz de sostener en el tiempo. ‘¡Hola, hola!’, ese característico saludo que él mismo definió como “las dos palabras mágicas”. Me sabía, me sé, de memoria la entradilla de Carrusel Deportivo porque con esas dos palabras comenzaban, a las 6 de la tarde del sábado, “las horas más calientes de la radio española”.

De `El cine de lo que yo te diga’ al ‘Hablar por hablar’, horas y horas de deporte, de diversión, de radio, de vida. La radio, la SER, para más señas, siempre ha estado puesta en mi casa, pero las tardes de los sábados y los domingos eran para disfrutarlas en la intimidad. Se suele decir que la radio te acompaña y te permite hacer otras cosas, aunque yo no quería hacer otras cosas, yo quería concentrarme y disfrutar de Pepe, de Paco y de Manolo. Porque, para mí, Pepe nunca fue solo Pepe, siempre eran Pepe, Paco y Manolo. Domingo, González, Lama y todos los demás. Carrusel Deportivo, y posteriormente Tiempo de Juego, era una familia de la que yo me sentía parte y que tenía a Pepe, Pepiño, como el patriarca.

Porque todos quienes conocieron a Pepe destacan de él lo mismo. Su bondad. Pepe era un hombre bueno y eso se notaba tras las ondas. El gallego era verdad, era cercanía, era sinceridad. Pepe era la ilusión por las cosas, era la amistad y el compromiso con los suyos. Pepe celebraba la vida y te contagiaba de su alegría. Eso lo pensábamos, creo yo, todos los que le conocimos por la radio y así lo han corroborado estos días todos los que le conocieron en persona. Pero Pepe no solo era un hombre bueno, sino que, además, era un tipo tremendamente talentoso. Con una habilidad innata para la comunicación y la transmisión de ideas y emociones. Pepe, el genio de la improvisación, de la música (también me sé de memoria su ‘Viste pantalón vaquero y la camisa de cuadros’ aunque la lanzase 13 años antes de mi nacimiento) y el ingenio. La comunicación hecha carne.

Pero Pepe Domingo Castaño era, ante todo, publicidad. Él logró convertir las cuñas en la seña de identidad del programa, integrando a los anunciantes en el espectáculo. No solo no molestaban, estabas desenado que llegasen. Esa publicidad no era un contenido de segunda, no estaba oculta, era pura magia, puro show, pura radio. Me recuerdo en la Dehesa cantando el Talonario Bancontel con los amigos, en el patio del San José gritando aquello de ‘¡el 7!, ¡el 15!, ¡el mini!’ o en la Herradores persiguiendo a los vendedores de la ONCE con la dulzaina y el soniquete de ‘es el cupón de todos los días…’.

Pepe Domingo era único, solo él podía cantarle un corrido mexicano a un tractor (Massey Ferguson, claro) o convencerte de que necesitabas una motosierra, una hidrolimpiadora y el soplador de hojas (Stihl, por supuesto) aunque vivieras en un cuarto sin balcón. Las encimeras de silestone (de Consentino) que luego cambiarían la historia de la radio española o los chaskis (de Facundo) que venían triunfando eran sinónimo de felicidad plena.

Esas marcas vinieron solas a mi mente, y dos semanas de anécdotas y homenajes han desbloqueado otros muchos recuerdos. Coronita, ‘uh’, Navidul, ‘ey’, o Marina d'Or, ‘chafun’, son marcas que tienen onomatopeya en mi cabeza gracias a Pepe. ¿Cómo borrar esas frases míticas? el totalmente confirmado, los ¿abogado? o el caliente, caliente. ¿Cómo no esbozar una sonrisa si en tu cabeza resuena aquello de vamos de crucero, con el Corte Inglés o los insultos a aquel que no tenía la tarjeta Banesto?

Como decíamos, Pepe no era todo publicidad. Pepe era un romántico, un enamorado de su familia, de la radio y de su tierra, Galicia. Pepe era un trovador de nuestra época. Pepe eran sus pareados para resumir el fin de semana y las erres resonando en cada ronda informativa. Pepe era Rial, y Padrón, sus gañotes y su Tere.

Recuerdos especiales tengo muchos. Algunos personales como cuando en el Colegio Mayor Santa Cruz llamamos a nuestro equipo ‘donde nos gusta estar’ o cuando parcheábamos el videojuego de futbol de turno, no para que los nombres de los jugadores fueran los correctos sino para que las voces fueran las de Carrusel Deportivo. Hay otros momentos que a buen seguro comparto con millones de oyentes de toda España; como cuando la radio se convertía en fiesta máxima con la inauguración de los Juegos Olímpicos o en casa de acogida en momentos de zozobra como tras los atentados del 11M.

Recuerdo que el primer acercamiento al que hoy en día es mi pasatiempo favorito, la NFL, también fue gracias a Carrusel Deportivo. Resuenan en mi cabeza los gritos de Pepe animando a Vinatieri deseoso de que aquella Super Bowl se acabase y poderse ir, por fin, a casa. Recuerdo la incredulidad más absoluta cuando me enteré (muy rápido, porque yo era fan suyo como la gente lo es de un cantante o un deportista) de que se iban de la Cadena SER. ¡Qué historia aquella de despotismo absoluto, ceguera empresarial y amistad infinita!

Quiero recordar una frase que estoy convencido de que se la escuche a él, pero que, en estos días, no he podido confirmar su autoría. Me tomaré una licencia literaria y pondré una tirita preventiva en mi corazón para atribuírsela. Decía “Y no lloren conmigo, por a los hombres nos gusta llorar solos”. Asique hoy, en lugar de terminar este artículo como un paño de lágrimas, les invito a que me acompañen en un grito anacrónico, desfasado sin duda, pero lleno de vida, de felicidad y de verdad. Aun a riesgo de que nos denuncien o de que la policía del pensamiento intervenga nuestras oficinas y sus hogares, griten conmigo: ¡Pepe, un purito!

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