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Lluvia

Lluvia

Actualizado 29/09/2023 10:27

Enrique Rubio, desde Berlanga para Soria Noticias

Las primeras lluvias del otoño siempre tienen algo especial. Quizá sea que se cuelan en los últimos días de verano pensando que el mes de septiembre les pertenece al completo. Quizá son deseadas para aplacar los calores de un verano sofocante. Tal vez puede que, de algún modo, deseemos regresar a las rutinas después de un tiempo de necesario descanso. Puede que, como escribía mi amigo Álvaro Blasco en uno de sus poemas: “Una llovizna piadosa, teodicea, /me anima a refugiarme/ en la ermita de la Soledad”. Lluvias que hacen mirar al cielo para después buscar en el suelo, pues somos muchos los que gustamos de buscar la cena en el campo en forma de champiñón, nícalo, miguel o seta de cardo, entre otras, y como alguien me dijo hace tiempo, un soriano se distingue de cualquier otro ser en el mundo porque lo dejas suelto en el monte y es capaz de volver con algo de comer. O puede simplemente que nos guste oler a otoño, pues son los olores algo que nos evoca más sensaciones que las evidencias más abrumadoras.

Sin dar muchos rodeos, después de estas lluvias que nos han visitado e inundado de olor a petricor, probablemente, lo que nos hace únicos es eso, las experiencias auténticas que todavía salvaguardamos, en una mezcla de arcaicismo y vanguardia, lo cual muchas veces el presente no entiende.

Que el mundo rural en general y el soriano en particular son diferentes a ojos de los pobladores de las grandes ciudades es obvio. Es un paradigma que ahora se hable del ‘slow travel’, que no es otra cosa que viajar permitiendo captar cada una de las sensaciones transmitidas por todo aquello que acontece a nuestro alrededor gracias a poder interactuar con el entorno, y que en un mundo a muchos frames por segundo, no permite. Ahora, los viajeros que buscan las sensaciones auténticas cada vez son más, pues la necesidad de encontrar el exotismo en lo diferente siempre ha sido tendencia. Tal vez es el tiempo en el cual, visitar la acrópolis griega en frenético tour o los estresados newyorkinos de la 5ª avenida no aporte algo diferente a las vidas de muchos.

Hablando hace pocos días con alguien muy relacionado con el mundo del turismo, enfatizaba en aquello con lo que los que aquí vivimos estamos muy familiarizados y que, quizá por ello, no valoramos lo suficiente, el turismo de experiencias o la vida de experiencias, algo que cada día es más demandado por las carencias que la vida masificada implica.

Sin lugar a dudas, aquí podemos encontrarlas a lo largo y ancho de nuestra pequeña geografía, son muchas las veces que demostramos afecto a un visitante recomendándole tomar un vino con “jamón de mono” en una tasca de la capital de nombre muy conocido. Visitar un rollo de hierro en un lugar encaramado a un roquedo, o deambular por las calles llenas de historia de algún lugar que cargado de románico alberga un castillo en ruinas (y en venta). Adentrarse en bodega subterránea con la memoria de cosechas de un lagar, pasear por el bosque de acebo que dotó de madera a las ventanas del palacio del emperador Carlos V en Granada, e incluso sentir el frío del cierzo en los muros de una ciudad otrora sitiada por Roma. Cómo no, sin olvidar llegar a algún lugar donde los buitres planean bajo nuestros pies o una laguna que no tiene fondo. Enebros (que en otros lugares llaman sabinas) monumentales jalonando un camino hasta nuestra particular Petra verán colosales encinas maltratadas por las nieves. Ver fortalezas califales que evocan batallas sucedidas o inventadas, en las faldas de un monte pastado por ovejas custodiadas de mastines, iguales que los que en las altas tierras mantienen el legado de la trashumancia. Ver nacer agua a borbotones a los pies de un monte mítico o simplemente contemplar atardecer desde cualquier alto. Descubrir historia y esencia, sencillamente, en cualquier lugar.

Seguramente, todos seríamos capaces de añadir a esta lista mil lugares y más sensaciones de las que caben en este texto. Pues, tal y como empieza éste, con unas lluvias de otoño, un otoño que marca el comienzo del año agrícola, también sea el comienzo del auge de esta nueva forma de viajar por nuestra Soria, una Soria por descubrir para viajeros y propios.

Tenemos el privilegio de haber guardado en nuestros pueblos y su entorno natural, esa pequeña cajita de esencia que es ver dar frutos y crecer el campo, poder ver desde nuestra ventana caer la lluvia y después pisar un charco. Sin duda, privilegios de una vida auténtica, detalles sencillos, auténticos y únicos, los más difíciles de conseguir, aquellos por los que vivir y en los que vivir.

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