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Cerca y lejos

Cerca y lejos

Actualizado 30/11/2023 09:56

Enrique Rubio, desde Berlanga para Soria Noticias

Dentro de pocos días muchos de los sorianos buscaremos los ingredientes de rigor para elaborar los menús de las celebraciones ineludibles. Seguro que hay quien tiene el ingrediente vegetal estrella cubierto de tierra en el huerto donde, generación tras generación, lo ha cultivado siguiendo la tradición familiar, bien con el matiz rojo de Ágreda o con la ternura del blanco imperante en casi toda la provincia. Sin ningún tipo de añoranza vemos cómo los ingredientes que completan la mesa ahora tienen un recorrido más largo; en los dulces, los turrones de Alicante imperan sobre nuestros típicos guirlaches, orejones o higos y ya parece imposible concebir una casa sin el panettone italiano. Pescados o mariscos no suelen faltar, tanto de nuestras costas del norte donde la vieja Castilla llegaba como de la lejana Argentina. Pero cada vez más, las carnes nos llegan de lejos, sin rebaños casi en nuestros campos, los asados tienen el sabor del vino griego de su tierra natal o de nuestros vecinos de Marruecos y poco tienen que ver con los que mi bisabuelo compraba en las tierras de Barcones, Retortillo o Barahona alimentados con los pastos que ahora crecen hasta no dejar ver las setas.

Y es que querámoslo o no, la distancia abarcable hoy en día para hacer nuestras compras es en kilómetros cada vez mayor. El Cyber Monday o el Black Friday, recientemente pasados, sacian el afán consumista en muchas ocasiones desde los almacenes de Amazon, de manera globalizada y sin necesidad de pasar por comercio local alguno.

Hace unos días, lejos de esa globalización, me recordaba con añoranza y alegría Timoteo en Liceras, lo que era casi un viaje épico que recorría 40 kilómetros a pie (ahora 50 por carretera) para acudir el 8 de diciembre a la Feria de Ganado de Berlanga de Duero a tratar ganado, comer “figón” o charlar con amigos, del mismo modo que durante siglos se hacía. Era como los citados almacenes de Amazon pero humanizado, donde se encontraba todo lo que se antojaba necesario, con el valor añadido de hacerlo generando con ello un sentido de comarcalidad. Me lo comentaba dentro de un encuentro de la Federación de Asociaciones de la Tercera Edad, donde se ponía de manifiesto la necesidad de afrontar, cómo no puede ser de otra forma, de manera activa el problema de la soledad no deseada poniendo en evidencia la cercanía deseable que supone conocer cada uno las circunstancias de nuestros vecinos y compartirlas. Esa que siempre se ha combatido a base de huertos, paseos por el campo, tertulias o partidas de cartas, con cualquiera, porque todos en los pueblos nos conocemos. Ahora, además con talleres como el de fotografía, con el que rompieron estos espíritus jóvenes con algunos años y muchas otras iniciativas. Siempre para reducir el espacio con los nuestros.

Quizá deberíamos plantearnos lo que es la distancia abarcable y la cercanía deseable. Una llamada de teléfono nos acerca de manera inmediata, si la cobertura lo permite, a cualquier lugar del mundo, y da igual que sea en Madrid, Londres, Barcelona o Sevilla donde los hijos hayan marchado a vivir, que el ingenio evolucionado de Graham Bell nos hace asumible la distancia pero una mirada, un abrazo o una caricia no llega, y ese pequeño gesto vale más que miles de palabras.

En nuestra tierra siempre se ha emigrado, o al menos esa es la sensación que nos da cuando el llegan estas fechas, pues añoramos a muchos de los nuestros que ahora a veces vuelven. A veces a pasar los días señalados con nosotros, a veces a llevarse a sus mayores a sumergirse en realidades urbanas en las que no siempre se sienten cómodos y en cuanto pueden vuelven, tal y como pude comprobar en la reunión de mayores que antes comentaba para en esa cercanía deseable que son nuestros pueblos, a ser activos en la sana cotidianidad de lo conocido, a ilusionarse cuando ven cómo los pueblos reviven de manera fija discontinua gracias a ellos, que sin saberlo o al menos sin vanagloriarse de ello, siguen atrayendo a sus descendientes, con lo que mantienen nuestros pueblos con vida, sabiduría y tradición de un tiempo pasado en el que la distancia abarcable era la medida que se podía recorrer a pie y en la que, sin tener acceso ilimitado a todo, poco se añoraba.

Parece que desde hace siglos estábamos equivocados poblando el territorio y ahora, que por fin parece que se ha impuesto la lógica y nos hemos concentrado en ciudades, vamos a tener que volver al modelo anterior para encontrar, en las antiguas autosuficiencias agrícola-ganaderas el moderno producto de kilómetro cero, y en el contacto y colaboración entre vecinos un sistema social saludable donde además los niños puedan jugar en las calles en un entorno no desnaturalizado. Pues como diría mi abuelo, “para ese viaje, no hacen falta albardas”.

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