'La didáctica de la sonrisa', así resume Enrique Rubio (responsable de cultura en la Diputación de Soria) este texto en el que se despide públicamente de quien fuera su “profesor, amigo y compañero”. Los homenajes a Jesús Bárez se suceden semanas después del fallecimiento del responsable de cultura en el Ayuntamiento de Soria.
Si en algo consiste la vida es en aprender, de los intentos, de los logros, de los éxitos y de los fracasos, de lo que se piensa, de lo que se hace, de lo que se experimenta, pero sobre todo de lo que se disfruta.
En la equitación existe una técnica de aprendizaje conocida como doma natural, en la cual, desde la renuncia a cualquier forma de imposición de los conocimientos, estos son adquiridos por parte del équido desde el convencimiento que supone haber encontrado la confianza en aquel quien le guía, generando una relación de total confianza y por ello disfrutando con lo que hace.
Salvando las diferencias entre el mundo animal y el humano, se podría decir que cuando se tiene la ocasión de encontrar un profesor que te guía en estos aprendizajes, haciéndolos sencillos y sobre todo incitando a aprender y no enseñando a la fuerza, así es fácil apasionarse.
No será difícil para nadie poner un nombre, una cara o un recuerdo a quien ha guiado, de manera libre o reglada, los pasos de la formación de lo que somos. Trascendiendo el ámbito del conocimiento puro y duro para ser una lección de vida y un conjunto de herramientas con el que afrontar muchas y diversas situaciones.
Pido disculpas por hablar de mí de una forma tan directa, aunque creo que también lo hago en nombre de muchos, pero yo una vez encontré uno de esos profesores. Quizá por ser en mi etapa más errática de la adolescencia y haber encontrado en él un respeto educado, culto y siempre una palabra amable sea por lo que más tengo que agradecerle habernos cruzado.
Seguro que habíamos tenido muchas más clases antes, pero recuerdo perfectamente una en la que sin acordarme de que estábamos hablando en el aula terminamos charlando en el bar más cercano al Instituto Antonio Machado. Todavía guardo el libro de filosofía de aquel año cuando Jesús Bárez me dio clase. Después el tiempo me ha enseñado que guardo mucho más de él que lo que aprendí sobre aquella materia, guardo muchos momentos que hemos compartido desde entonces.
El respeto hacia todos los alumnos y la capacidad para entender cada una de las particularidades no se pueden llevar a cabo sin una carga de sensibilidad y respeto fuera de lo común. Creo que seremos muchos los que pensamos del mismo modo.
Compartimos mesa como profesores (camuflados en otro cargo) en el Ceince de Berlanga, en una jornada sobre el krausismo de Julián Sanz del Río, donde tuve la ocasión de agradecerte tu didáctica. Aunque les quitaste importancia, me quedo con tu sonrisa.
Sé que a muchos nos has seguido enseñando, porque hemos tenido la suerte de haber compartido el día a día cultural. Con tu compromiso por difundir la cultura, recuerdo aquel día conversamos sobre Culturalcampo y Avelino Hernández en Valdegeña, de la necesidad de que en los entornos rurales la actividad artística y cultural sea valorada y reconocida más todavía, para ejercer de motor de desarrollo y elemento, para mantener la salud anímica y moral. Y es que realmente de la Zamora que tú conociste en tu infancia a la realidad rural de hoy en día no hay tanta diferencia.
Te he podido conocer en todos los ámbitos, como profesor, compañero y amigo, de todas estas facetas guardo tu talante, trabajo y cercanía que sin lugar a dudas voy a echar tanto de menos como tenerte presente.
Como espectador, he disfrutado de muchas programaciones variadas en el Palacio de la Audiencia. Pero fuera de eventos, cualquier día era bueno para tomarnos un vino y comentar sobre el último espectáculo, que habiéndolo visto yo, o no, me narrabas de una manera tan apasionada que se podía visualizar claramente.
Has sido colaborador necesario para perpetrar mil y una actividades artísticas en alguna de las cuales he tenido la fortuna de estar, desde aquel “Arte en el mercado” a todo lo que “Latidos del olvido” trajo después, el Simposium de escultura en el lavadero de lanas… El entusiasmo que nos fomentabas en los proyectos y lo que nos enseñaron a adaptarnos a todos tus despistes. El volar de nuestra imaginación era en muchas ocasiones consecuencia de las alas que nos dabas. Siempre un sí por respuesta.
La primera ocasión que tuve de presentar un libro fue en tu Expoesía, porque no puede esa feria ser de otra persona que no seas tú, seguro que Trini de Olifante y tantos otros piensan lo mismo y seguirán viniendo por ti a compartir poemas. Estará poesía de tu Machado, al cual no nos teníamos que disputar porque yo siempre he sido más de Bécquer, ese Bécquer que nos ilusionó en su centenario, pero la maldita pandemia nos lo cercenó.
Después llegaba el “Enclave de agua”, que desde el día que vimos a “Corizonas” bajo un aguacero no ha dejado de crecer ni tampoco parará.
Pero si tuviera que ordenar los momentos compartidos seguramente lo haría por uno de los últimos, uno que me recordó Antonio Oliva el 9 de febrero. Una fotografía en la que en segundo plano y sin protagonismo ninguno observabas sin perder detalle. Agradecí sinceramente recibir esa imagen, juntos en la barrera de la chata durante la faena de Tristán Barroso, como tantas otras tardes…
Gracias Jesús, gracias por enseñaros a que se pueden desarrollar la imaginación y la amistad, y que se puede ser una persona de ideales sabiendo poner los pies en el suelo.
Bécquer no va a ser menos Bécquer, pero yo leeré más a Machado…