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Actualizado 26/03/2024 12:49

Enrique Rubio, desde Berlanga.

Cada vez que se lee un periódico, este cobra una nueva actualidad. Ya sea por la inmediatez de la noticia plasmada o por la comparación de las diferentes realidades que los caprichos de los momentos dictan. Son muchos los diferentes instantes en que las letras impresas nos incitan a descubrir su contenido, desde la rabiosa necesidad de actualidad informativa dando vueltas al café de la mañana, al descubrimiento en sepia de una página lanzada por una rotativa hace décadas y cuyo destino ha sido proteger el fondo de un cajón, convirtiéndose sin pretenderlo en una suerte de hemeroteca aleatoria que siempre da que pensar.

Una página de un periódico cualquiera, más allá de noticias o artículos, supone una inmersión en la realidad de un momento en el que también la publicidad, gracias a la cual los medios pueden existir, nos hace viajar en el tiempo, con recuerdos conocidos o pasados imaginados. De hecho, podemos, por ejemplo, constatar la vigencia de opinión que, hace más de 150 años, Gustavo Adolfo Bécquer mostraba en sus artículos sobre nuestra provincia y otras muchas cuestiones; acertado en todo momento y sin atisbo de halo nostálgico o romántico.

En plena era digital, las letras han perdido en muchos casos el olor a tinta y papel para llegar antes y más lejos, acercando a muchos a los que las obligaciones laborales alejan, pues es el conocimiento del día a día aquello que hace seguir formando parte de los lugares donde el corazón habita y los busca.

Toda la información que nos llega sirve para dar relevancia a la noticia, siendo lo más parecido a un acta notarial que obliga a los periodistas a tener y mantener el rigor de la noticia dentro de su código deontológico. El hecho de firmar cada uno de los textos, es algo totalmente distanciado de la necesidad de notoriedad, pues supone un acto de valentía dentro de un ecosistema informativo donde las ‘fake news’ son lanzadas escondiendo la mano. Respaldar con el nombre es un ejercicio de responsabilidad, pues la veracidad es la clave para que una sociedad informada pueda tener las riendas de su futuro con la predisposición de dirigirlas. Ese rigor periodístico nos obliga a su vez a estar informados.

Son muchas las imágenes por segundo que somos capaces de procesar por el alto grado de entrenamiento que hemos sido capaces de adquirir desde la llegada de la era tecnológica. Pero sin ponernos demasiado profundos, creo que todos los que aún leemos sobre papel, en cualquiera de las circunstancias en las que lo hagamos, encontramos en él ese momento íntimo de reflexión. Mientras nos pone al día supone, intelectualmente, lo que ahora se llama un descanso activo; bien durante la parada para el almuerzo, por la tarde mientras se engañan los ojos con la somnolencia o en cualquier otro momento, pues la prensa escrita enriquece.

Ahora que el papel se olvida en muchos ámbitos, se pierde también, además de la difusión de las noticias, una gran cantidad de usos que se le ha dado a lo largo de los años, en los que ha sido una base de la economía circular y ejemplo de reciclaje. No vamos a mentar empleos que los más mayores recuerdan, mucho más allá de la protección de ese fondo de cajón antes mencionado. Pero ahora que somos mucho más contemporáneos, nos gusta ver en los restaurantes manteles imitación de prensa escrita, la misma que antes envolvía en forma de cucuruchos las castañas asadas y otros muchos productos; sin gasto y con poca huella de carbono. Pero no solo han sido los usos de packaging, aquellos quienes gustan de la velocidad sobre dos ruedas podrán corroborar su excelente resultado para la bajada por el puerto de Piqueras después de una esforzada ruta. La estructura de este papel permite también absorber líquidos y proteger suelos, y sirve de aislante óptimo cuando nos sentamos en un suelo frío. Así tantos y tantos otros como la imaginación de cada quien sea capaz.

Pero si hay un ámbito en el que la después de cumplida su función informativa satisface con creces la función educativa, es en el escolar. Desde preservar las mesas de las imprecisiones pictóricas en las primeras manualidades, pasando por el papel maché para hacer marionetas alrededor de un globo o diseñar un collage. Es que el periódico tiene también una connotación artística innegable en obras como las de Juan Gris en los albores cubistas.

Evidentemente también es capaz de encender mechas con sus contenidos sirviendo de revulsivo, de la misma manera que inicia la combustión. Independientemente de sus entrañas, da fuerza al fuego en la hoguera de San Juan en San Pedro, en las Candelas de San Leonardo o en la quema de la Sardina en el carnaval de Berlanga. Pues por suerte, hay prensa escrita que llega a todos los rincones de nuestra provincia y se lee bien incluso en las zonas olvidadas por las compañías telefónicas.

Yo, siempre que tengo un periódico entre manos, me acuerdo de mi bisabuela María. No sé si leía los periódicos en su cocina, ella se sentaba en una silla de anea mientras doblaba hojas y las recortaba creando una guirnalda de papel con la que decorar la lumbre baja donde hacía las mejores patatas caldosas que he probado.

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