La quinta columna de Patxi Irigoyen para Soria Noticias
No me lo puedo creer, pero sigo viéndolo año tras año, día tras día, y obra tras obra. No hay remedio; podemos tener los mejores ordenadores del mundo, los mejores programas de diseño de la historia, las más afamadas facultades de ingeniería de la historia, pero tenemos cada día más caradura y menos rubor a la hora de poner nuestra responsabilidad individual y colectiva para demostrar que lo que hacemos está estudiado, previsto y sobre todo, bien medido.
Hace varios meses que hemos empezado obras en nuestras travesías de la ciudad. Hace los mismos varios meses que hemos empezado reparaciones en unas cuantas de nuestras carreteras nacionales y autonómicas en la provincia, y en todos los casos nuestra problema suele ser el mismo. Empezamos tarde, y acabamos tarde; ahora la moda es que empezamos en plazo, pero terminamos cuando el Señor baja el dedo. Empezamos con cuatro vallas y cinco movimientos de tierra, y dejamos empantanado todo el escenario durante el tiempo que nos es suficientemente necesario como para poder seguir haciendo más cosas en otro sitios sin que en ninguno nos puedan echar, aunque sí nos abronquen, cosa que nos da igual.
Es como el oficial que se presenta en nuestra casa y cuando ha empezado con la paleta, la llave inglesa o el cable le llaman para que vaya un momento a una urgencia: nos deja con la cara de tontos, la zona de trabajo abierta y expuesta a cualquier incidencia incluso más grave que la que originalmente tenía, y cuando vuelve encima le tenemos que dar inmensamente las gracias porque lo único que nos interesa es que acabe, le paguemos y se vaya.
Y obras son amores, porque además de terminarlas luego hay que demostrar que han quedado bien hechas. Que cumplan los requisitos de higiene y seguridad, que se miran más que el resto, y que sobre todo no haya exactitud en lo que se proyectaba y lo que ahora se paga. Siempre hay algo que no se tuvo en cuenta. Siempre hay un pequeño detalle que tendremos que mirar por encima del presupuesto inicialmente marcado.
Y es así. No hay más. Antes sólo eran algunas obras raras. Algunas, casi todas, privadas. Luego llegaron las obras con carácter público. Ahora ya son todas. Ahora incluso las que nos hacen en casa, o en la comunidad en que vivimos. Es el cambio. Es el producto de la modernidad, o el producto del avance tecnológico. Donde siguen viviendo es donde no han llegado las máquinas. Qué incongruencia.