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Numancia | Uno de los símbolos históricos de Soria

Numancia | Uno de los símbolos históricos de Soria

Continuamos este especial viaje en el tiempo y llegamos a un momento histórico que influyó de forma decisiva en la configuración del carácter soriano. El doctor Julio Martínez Flórez retoma el relato para analizar lo ocurrido en uno de los cerros más famosos de la provincia, el de la Muela en Garray. Numancia fue mucho más que ese mito de resistencia que ha protagonizado infinidad de libros y películas. Hoy lo descubrimos para poder conocernos.

Como citamos en el primero de los artículos de esta serie, entre Carlos de La Casa y yo mismo, Numancia, y la resistencia frente al invasor romano, ha sido siempre una de las referencias históricas de la población soriana. Sin embargo, Numancia fue mucho más que la ‘resistencia numantina’ frente a las poderosas legiones romanas. El poblamiento del cerro situado en las proximidades de Garray se retrotrae al menos al periodo neolítico, pues allí se hallaron elementos líticos y toscas cerámicas ‘cordonadas’, y los trabajos de Carnicero (1985) demostraron la presencia de industrias líticas de superficie.

Sin embargo, la ocupación más estable del yacimiento se produce en la Edad de los Metales. Durante el Calcolítico y las primeras fases de la Edad del Bronce (1800 a. C.) es posible demostrar la presencia de una ocupación más continuada. Ya en el periodo post-hallstattico (Edad de los Metales), los investigadores Romero y Misiego (1995) o Jimeno y Arlegui (1995) comprobaron la presencia de asentamientos más continuados. Las excavaciones realizadas en este Cerro de la Muela (Garray) o en yacimientos próximos (El Castillejo, La Vega, Peña Redonda o La Rasa) constituyen un buen ejemplo de esta realidad. Estos asentamientos se clasifican en tres modelos fundamentales: los localizados en las laderas de los cerros (Renieblas), los que se encuentran en los extremos de los páramos (Peña Redonda y La Rasa) y los que ocupan cerros (Cerro de la Muela o El Castillejo). Estos últimos son los que más fácilmente podríamos relacionar con la llamada ‘Cultura castreña soriana’.

En torno al III o II milenio antes de Cristo, este territorio estaba ocupado por grandes zonas boscosas y otras de pastos abundantes que permitían la existencia de una rica ganadería de cabras y ovejas. También, una amplia fauna de ciervos, jabalíes, osos, lobos, caballos, liebres y conejos suministraban una fuente alimenticia importante. La ocupación humana está demostrada con el hallazgo de asentamientos en forma de cabañas construidas con material perecedero (madera, piedra y barro) que revelan patrones de asentamientos estacionales característicos de una población de pastores-guerreros que conformaron el origen de la población soriana.

Ilustración sobre el Cerco de Escipión. / Extraído de ‘La huella de Roma’, editado por Proynerso.

Ya desde el siglo VII a. C., el elemento más representativo de la ocupación humana son los castros, que ocupan gran parte de la zona norte de la provincia. Esta nueva organización, asociada a la obtención de excedentes alimentarios, facilitó un significativo aumento demográfico que, junto al establecimiento más estable de la población, motivó la ocupación de nuevos espacios habitacionales en el territorio.

Este incremento de la población propició que, en torno al 350 a. C., Numancia se configurara ya como una ‘ciudad celtíbera’. Empedrada con cantos rodados, con casas agrupadas en manzanas y construidas con piedra y madera, y con corrales rectangulares anejos. Como elemento característico de la nueva ciudad, murallas reforzadas con recios torreones. Siguiendo el excelente trabajo de Jimeno, De La Torre, Berzosa y Martínez (‘La necrópolis celtibérica de Numancia’, Junta de Castilla y León, 2004) conocemos la cita que hace Apiano Alejandrino (historiador romano de origen griego) que consideraba a Numancia como la ciudad más poderosa de los arévacos.

Extramuros de la ciudad se ha localizado y excavado parte de la necrópolis indígena. Silio Itálico, político romano que fue cónsul en el año 68, citaba que para los celtíberos era un honor morir en combate y que su cuerpo era abandonado a los buitres para que su alma pudiera remontar a los dioses del cielo. Por otra parte, Claudio Eliano afirmaba que los vacceos “daban sepultura en el fuego a los que morían por enfermedad”. El estudio de la necrópolis excavada, hallada en la ladera sur del cerro, y que proporcionó los restos de unas ciento cincuenta y cinco tumbas, nos ha proporcionado restos que nos permiten conocer mejor a la población numantina, que algo más tarde se enfrentaría, junto con celtíberos llegados de otras ciudades, a Escipión y a sus legiones romanas.

Las legiones romanas

Llegados a este punto de la historia, una nueva época se abre para Hispania y para Soria: aparecen las legiones de Roma. Desembarcando inicialmente en Ampurias (218 a. C.), su principal objetivo era el de cortar las lineas de suministro que abastecían al ejercito de Anibal. Sin embargo, tras la expulsión de los cartagineses, los romanos decidieron quedarse con el territorio. Ante la resistencia mostrada por las diversas ‘tribus’ del centro de la península, las legiones romanas iniciaron una campaña permanente de agresión contra los pueblos celtíberos (Primera Guerra Celtíbera o de los Lusones). En el 193 a. C. el procónsul Marco Fulvio Nobilior, pretor en la Hispania Ulterior, consiguió derrotar a una coalición de vacceos, vetones y celtíberos en las proximidades de Toledo. La resistencia continuada de los hispanos motivó que los escritores romanos se refiriera a la situación en Hispania y algunos ya citaron a Numancia.

En el 195 a. C., Catón el Viejo, político, escritor y militar romano, procónsul de la Hispania Citerior, dirigió una campaña contra los íberos y menciona a Numancia como una de las ciudades celtíberas. Escribe que “mercenarios de Numancia” ya figuraban como aliados de los ‘turdetanos’. En otros escritos también se relata que en el año 153 a. C. estallaron conflictos entre Roma y la ciudad bela de Segeda. Sin duda, este pudo ser uno de los detonantes de la Segunda Guerra Celtibérica.

Los arévacos de Numancia acudieron en ayuda de sus hermanos y, con su concurso, las legiones de Roma, dirigidas por el cónsul Quinto Fulvio Nobilior, fueron derrotadas (153 a. C.). Parece que el ejercito romano estaba compuesto por unos treinta mil hombres, y una agrupación de guerreros segedenses y numantinos masacró a más de seis mil romanos.

Campamentos romanos levantados en torno a Numancia. Extraído de ‘La huella de Roma’, editado por Proynerso.

La historia nos cuenta que belos y titos, pueblos muy hermanados con los numantinos, habían firmado un pacto (180 a. C.) con Tiberio Sempronio Graco (procónsul de Hispania) mediante el cual los pueblos amurallados celtíberos debían pagar un tributo anual y prestar ‘servicio’ como fuerzas auxiliares de Roma. A cambio, podrían mantener su autonomía, aunque se les prohibía amurallar nuevas ciudades. A pesar del acuerdo, en el 154 a. C., con la excusa de la ampliación de la fortificación de Segeda, Roma rompió el pacto y envío al cónsul Nobilior contra la ciudad bela. Algunos autores como Polibio niegan este amurallamiento como causa, y lo relacionan más con la insoportable presión de la administración romana sobre los indígenas. La coalición arévaco-belo volvió a derrotar a las tropas romanas y durante los siguientes veinte años se repitieron, intermitentemente, los conflictos.

Algo más tarde, en el 134 a. C., el Senado de Roma volvió a enviar un gran ejercito comandado por Publio Cornelio Escipión ‘el Africano’. Ante la resistencia mostrada por los numantinos, Escipión decidió establecer un sitio a la ciudad. Para ello, levantó un cerco basado en la construcción de siete campamentos militares en Castillejo, en Travesadas, en un castillo ribereño del molino Valdevortón, en Peñaranda, en La Rasa, en Dehesillas y en Alto Real. Esta dispersión de tropas evidencia la fortaleza numérica de dicho ejercito. Se cita que los poco más de cuatro mil indígenas se enfrentaron a un ejercito constituido por, aproximadamente, sesenta mil soldados entre legionarios y tropas auxiliares.

A pesar de la belicosidad mostrada por los numantinos, estos tan sólo podían limitarse a resistir dentro de sus murallas o a establecer salidas ocasionales. Las citas afirman que el asedio duró unos trece meses y, ante la imposibilidad de romper el bloqueo, el hambre y las enfermedades obligaron a los defensores de Numancia a tomar decisiones límite para finalizar la situación. Unos, murieron en combate contra los romanos; otros optaron por el suicidio, y los escasos supervivientes fueron inmediatamente convertidos en esclavos.

Los romanos consiguieron entrar en la ciudad vaciada en el año 133 a. C. Las excavaciones arqueológicas realizadas han demostrado que, posteriormente, Numancia fue romanizada y que, tras la desaparición de los arévacos, Roma entregó la ciudad a los pelendones que vivían en las regiones del norte. Estos gestionaban Numancia, pero permaneció siempre bajo el dominio del Imperio. La ciudad fue reconstruida y en su diseño arquitectónico los arqueólogos consiguieron demostrar la presencia de restos que mostraban la influencia de los modelos romanos, aunque no llegó a perder nunca su carácter indígena. La nueva ocupación persistió de forma estable al menos hasta el siglo VI de nuestra Era. Sabemos también que durante este siglo persistió una población hispanovisigoda.

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