En Medinaceli, se encuentra este restaurante que lleva durante tres generaciones ofreciendo los mejores platos de la gastronomía tradicional, ahora adaptados con pequeños toques de innovación para disfrutar con los cinco sentidos.
Disfrutar bocado a bocado, sentir los sabores y divertirse comiendo en un entorno familiar y acogedor. Estas son sensaciones que forman una parte fundamental de una buena experiencia gastronómica.
Ubicado en el pueblo de Medinaceli, se encuentra el restaurante El Duque, establecimiento en el que se puede encontrar la fusión perfecta de todas ellas. Un lugar en el que la tradición se une con la innovación culinaria para crear platos sorprendentes, tanto para la vista como para el paladar. “Somos un restaurante clásico, de toda la vida de la A-2, pero reinventado para darle, en cierto modo, la vuelta a la cocina”, afirma contenta Laura Luna, gerente y encargada de sala.
En su carta se pueden encontrar platos tradicionales y “de toda la vida” a los que “les hemos dado un punto diferencial”, dice, pero sin perder “la base de la cocina de siempre, aunque sí que hemos añadido un toque actual y con una estética cuidada, especialmente en el emplatado”.
Algo que, desde que un cliente se sienta en la mesa y recibe el primer plato puede observar. Sus creaciones no solo son un verdadero espectáculo visualmente, sino que también se puede apreciar con el primer bocado, pues supone la perfecta combinación y equilibrio de sabores y texturas.
Ángel Cortés es el gerente y chef, y “siempre está innovando para crear nuevos platos”, pues no concibe que haya una carta durante mucho tiempo.
“Cada dos, tres o cuatro meses tiene la necesidad de modificarla. Esto hace que se divierta en la cocina y mejore o cambie los platos. Además, le permite sorprender a nuestros comensales, todo con el objetivo de que no se aburran probando siempre lo mismo”, confiesa. Es ahí donde la creatividad y el ingenio en los fogones se fusionan para crear combinaciones que despierten los sentidos de todo el que se siente en las mesas del restaurante. El juego con las texturas, las formas e, incluso, los colores son fundamentales para realizar sus deliciosos menús.
Aún así, confiesan que hay algunos platos que “no los podemos quitar pues son todo un éxito y nuestros clientes nos los piden cada vez que nos visitan”.
Es el caso de las croquetas de hongos, “son una receta de los abuelos de Ángel y continúan con nosotros porque son todo un éxito”. Otro de los imprescindibles, ya casi seña de identidad, son las manitas rellenas de gambón. También estaría en este listado la ensaladilla ibérica, un plato que crearon para “ofrecer un toque diferenciador a las tradicionales ensaladillas rusas que se pueden encontrar en los restaurantes. Nosotros la hemos personalizado y hemos puesto la esencia de la zona incorporando panceta ibérica, torrezno…”. En general son platos tradicionales “que hemos adaptado a nuestro restaurante para hacer unas recetas propias”.
El establecimiento El Duque, además, cuenta con una amplia carta de vinos. “Tenemos 120 referencias con más de 15 denominaciones de origen, así como algún que otro caldo de origen internacional”. Una variedad que permite maridar perfectamente cada uno de los platos. “Nos gusta mucho seleccionar unos cuanto vinos que pueden casar con cada una de las preparaciones”.
Para ello, y cada vez que en la cocina crean una nuevo plato, realizan una selección de unos cuatro o cinco caldos para que el cliente tenga varias opciones entre las que elegir, tanto a nivel económico como de gustos, pero sobre todo para que, “según nuestro criterio, exista realmente esa armonía perfecta que queremos ofrecer”.
El edificio en el que se ubica el restaurante es una maravilla histórica, tanto por dentro como por fuera.
Antiguamente, fue una tienda de colonial, que pasó a ser un restaurante el 12 de octubre de 1961, cuando los abuelos de Ángel emprendieron el negocio. Desde entonces, la familia ha estado ligada al lugar, pues la profesión de la hostelería ha ido pasando de generación en generación.
No fue hasta 2014-2015 cuando “decidimos renovar el establecimiento y las cartas de comida”, una responsabilidad en la que aplicaron “lo que habíamos aprendido en otros restaurantes en los que habíamos trabajado a nivel nacional”. Aún así, siempre tuvieron claro que “los platos que íbamos a crear debían encajar aquí”.
Nuestro objetivo fue diferenciarnos de otros restaurantes, pero siempre apostando por el producto de calidad, de temporada y de proximidad”. Es por ello que “siempre que es posible compramos a las tiendas y locales del entorno”.
Cuando diseñaron la renovación del interior del establecimiento, tanto de la zona bar como del restaurante, apostaron por un carpintero de Arcos de Jalón, municipio del que también consiguen las flores que decoran tanto las jardineras exteriores como los centros de mesa.
Un espacio en el que se mezcla lo nuevo con lo antiguo, pues en el restaurante se puede contemplar “una gran colección de relojes del siglo XVI y XVII, ya que el abuelo de Ángel, además de regentar el restaurante, también compraba y vendía antigüedades”.
Cuando decidieron realizar la reforma, junto a los arquitectos Carolina García y Jesús Bailón, se dieron cuenta de que se trataba de una decoración que todo el mundo relacionaba con el restaurante “pues antes estaban todos los pasillos llenos de estas figuras”.
Por ello, no dudaron en mantenerlos, también “para no perder la esencia y la raíz de El Duque, que simboliza, y nos hace recordar, de dónde venimos y quiénes somos”, asegura.
Y para dejar parte de la esencia y de la decoración del antiguo establecimiento, “también mantuvimos detalles que se pueden encontrar en el artesonado de la cafetería, los espejos antiguos del baño, las alacenas, el piano ubicado en el comedor, o los radiadores que son de hierro forjado”. Mobiliario antiguo que “encajamos en el nuevo proyecto”, cuenta Laura.
Gracias a la dedicación tanto de Ángel como de Laura por crear un ambiente acogedor y familiar, todo el que prueba la cocina del restaurante El Duque siente el deseo de repetir y volver.
Y es que cuando el amor por lo que se hace está vivo, se refleja en la comida. Algo que los clientes sienten en cada bocado y que hace que, algunas familias, hayan escogido a este lugar -tan emblemático y referencial- como punto de encuentro para comer y recordar momentos muy especiales que vivieron entre sus cuatro acogedoras paredes