Desde Berlanga, Enrique Rubio para Soria Noticias.
Hace pocos días, los paquetes de regalos transitaban con nocturnidad dentro de un saco rojo para afianzar en nuestra Soria una tradición nórdica que nos llega por imposición televisiva. Es que el señor bonachón del trineo de renos ya se ha convertido en uno más de la decoración Navideña, inundando los centros comerciales y a nadie se le ocurre pensar que no nos visitará el día 24 de diciembre próximo tal y como lo ha hecho este. De otro modo, y con la carga de tradición que los muchos años otorgan, el 6 de enero llegarán de manera regia a lomos de los camellos de Oriente unos Magos multiétnicos que, según nuestra costumbre, recorren cabalgatas, más o menos engalanadas, pero siempre hipnóticas y que en todos los casos sirven para llenar los sueños de los más pequeños y de todos aquellos que queremos seguir teniendo ilusiones. Una tradición, la de las cabalgatas, (la primera recorrió Alcoy allá por el año 1866 para llegar a Madrid en 1915, sin la que ahora no podemos entender la Navidad en muchos de nuestros pueblos, en los que ha pasado de un modesto desfile de caballerías con las majestades engalanadas a un despliegue de medios en la medida de lo posible para cada localidad, pero llena de imaginación y esfuerzo en todas. Todo ello para llegar a culminar con unos trocitos de turrón en un plato, algo de bebida y cada vez menos cebada para las cabalgaduras.
A la mañana siguiente, las sorpresas. Unos presentes que avanzan tal y como la sofisticación de los desfiles lo ha hecho, pues en estos días de encuentro familiar se suele poner en la misma mesa el pasado, el presente y el futuro de nuestras familias, y podríamos hacer un estudio de la evolución socioeconómica de la provincia a través de los presentes que llegan de Oriente. Un Oriente que antes situábamos allá por el Éufrates y el Tigris pero que ahora se nos ha ido más allá, por el río Amarillo. Pero siempre con un afán de acertar tan grande como el de sorprender
El sonido de un papel de regalo al rasgarse es algo que nunca se olvida de dentro de nuestro universo sonoro. Ya sean los de antaño o los de ahora. Ya sean los de Noel o los de Melchor, Gaspar o Baltasar. Pero en cualquier caso para los pequeños, después del necesario descanso posterior al solsticio de invierno y habiendo usado y disfrutado los regalos hasta en algunos casos romperlos, toca volver al colegio. Un colegio donde quizá muchos de los regalos tienen su momento de gloria al compartirlos con los compañeros en el aula. Pero donde siempre, lo que más ilusión supone, es el oír la llamada del patio, como si fuera esa llamada de la naturaleza que a veces suena en nuestro interior y nos hace volver a los pueblos.
Allí, en el patio, también nos encontramos con los mismos cambios que han sucedido con los juguetes, pero ahora en las formas de juego. No vamos a ser necios obviando que parte de este cambio se ha debido a la disminución de la densidad de la población en edad de educarse y, no sé si será debido a esto, el aumento de la superficie hormigonada, fresquita en invierno y calentita en verano . Ahora parece difícil encontrar un trocito de tierra donde instintivamente, todos los que hemos sido niños, hemos jugado a hacer un hoyo con un palo.
Y es que hace poco me llegó la noticia de un patio de Madrid en el cual se había llevado a cabo un proceso de renaturalización dentro del programa europeo LIFE para el Cambio Climático, programa LIFE PACT y en el que han colaborado más de 30 organizaciones como puede ser ClimaX o la Asamblea de la Infancia. El patio es el del colegio público CEIP Navas de Tolosa del barrio San Cristóbal de los Ángeles, ubicado en la antigua Dehesa Boyal de Villaverde, Madrid, un lugar multicultural, como ahora lo son nuestros pueblos. Resulta paradójico que en un lugar con ese nombre faltaran árboles, pero se ve que el aumento de densidad conlleva la eliminación de cualquier medio natural. Como es lógico, los alumnos se revelaron, y no es para menos, pues en un mundo donde todo se globaliza, donde todas las costumbres y tradiciones son idénticas en aquellos que viven en las grandes ciudades, tienen las necesidades de aquello de lo que carecen, en este caso, de un entorno natural digno.
Los ojos abiertos ante las ilusiones de un regalo creo que pudieran ser comparables a los que esas pequeñas personas ponían ante el espectáculo de la naturaleza. La misma ilusión que vi en los ojos de un grupo de estudiantes del CRA Río Izana o del Tierras de Berlanga, que ven en su medio natural una posibilidad de dar un paso en el proyecto ‘Soria con vida’ para dar un impulso a sus pueblos. Porque del mismo modo que guardamos ese sonido del papel de regalo en nuestra memoria, la gente de los pueblos guardamos el amor a nuestro medio natural como un regalo que queremos compartir y con el que mantener la ilusión de sentirnos niños cada vez que lo recorremos. Porque las ilusiones no solo son en
Navidad y nuestro entorno natural es un auténtico regalo que queremos compartir.