La expedición de febrero nos descubrirá dos pueblos con encanto. En uno de ellos nos toparemos con una reliquia de Gran Bretaña. Aunque nadie sabe cómo llegó hasta allí, todos los curiosos se acercan a contemplarla. En el tramo final, también veremos rincones y parajes singulares como el tolmo de La Peñizuela. Medinaceli tendrá su parte de protagonismo con una visita a la villa alta en la que haremos parada en varios puntos de enorme interés histórico y cultural.
La ruta de este mes nos lleva al sur de la provincia. Partiendo desde Soria capital, cogemos la A-15 en dirección Medinaceli. Después de 50 minutos en la autovía, nos adentramos en la rotonda de la estación de servicio Jacinto Miguel Santander, tomando la salida de la N-II, para posteriormente emplear una SO-411 que nos llevará hasta Salinas de Medinaceli, punto de partida de nuestra aventura.
Antes de bajarnos del coche en esta zona fronteriza con Castilla La Mancha, podemos apreciar unas salinas que se extienden a lo largo de cuatro hectáreas y que cuentan con un enorme interés histórico. Según cuentan los lugareños, estas minas de sal ya eran empleadas en el pasado por los romanos -esta actividad dio posteriormente nombre a la localidad-. Aunque esta labor fue despareciendo con el paso de los años, los vecinos la recuerdan cada mes de julio en unas jornadas de la sal en las que se rememora el proceso de producción. Por unos instantes, nos sentimos como si nos encontráramos en la orilla del mar gracias al fresco aroma que desprenden.
Después de este pequeño parón, continuamos con el coche hasta el centro del pueblo en el que aparcamos sin problemas, dejando el vehículo cerca de un parque para personas mayores. Una vez cogemos todo lo que necesitamos, comenzamos a andar por un camino de tierra que nos va a llevar hasta Arbujuelo. Durante los primeros metros de esta ruta, podemos escuchar a lo lejos los trenes que llegan a la estación de Medinaceli.
Con mucho cuidado, ya que el trazado es muy irregular (es como si estuviera labrado), continuamos recto, siguiendo el cauce de un arroyo Pradejón que desemboca en el río Jalón. A lo largo de estos cuatro kilómetros, también observamos a nuestro alrededor varios huertos y tolmos.
Tras una hora de camino, alcanzamos Arbujuelo, la segunda parada en nuestra expedición. Esta localidad, en la que apenas viven diez personas, nos recibe con un pequeño pilón, muy bien conservado, y con unos asientos muy originales que representan la forma de un culo. Atravesando sus calles, descubrimos algo poco usual en la provincia. Al final de una cuesta, encontramos un autobús inglés de dos plantas, situado en una parcela vallada. Nuestros guías de cabecera, Ángel Campos, Manolo Ciria y Feli Orden, nos explican que este vehículo británico lleva varias décadas allí después de que lo llevara un vecino que falleció hace unos pocos años.
En su interior, podemos ver un cartel con el nombre del pueblo, un póster del Real Madrid y un maniquí sentado en el asiento del conductor. La zona en la que está aparcado es muy peculiar. Una boca con sus labios rojos y sus dientes blancos aparece en la pared que separa el terreno donde está el bus de la calle. Justo enfrente, divisamos una fuente de piedra, con varios caños, conocida como ‘La Toba’.
El agua en esta pedanía es su principal reclamo. Además de numerosas fuentes, observamos un riachuelo sobre el que se levanta un puente de madera y una especie de cascada, rodeada de musgo, realmente bonita. Antes de seguir con nuestra expedición, hacemos parada en la iglesia de la Expectación.
Dejando atrás este bello pueblo, subimos por los tolmos de Arbujuelo para salir a la carretera que une Medinaceli con Layna -esta vía es la que lleva a Molina de Aragón-. Desde allí, podemos ver a lo lejos el Moncayo. Este tramo de la ruta es muy árido. Los únicos restos de naturaleza que persisten son aliagas y tomillo.
Usando chaleco reflectante para avisar a los coches de que estamos andando por la carretera, recorremos unos pocos kilómetros antes de adentrarnos en un camino desde el que presenciamos la zona de Somaén. Pasando por numerosos corrales de ganado abandonados nos acercamos al tolmo de la Peñizuela. En ese punto, se aprecia a la perfección el pueblo viejo de la villa de Medinaceli.
Encarando ya la recta final, dejamos a la derecha este peñasco elevado, para bajar por una ladera rocosa a Salinas de Medinaceli. En este tramo, son fundamentales los palos de andar para sujetarnos bien a una superficie rocosa, bastante empinada. Precisamente, desde esta bajada apreciamos a la perfección las salinas de la localidad.
Completado el descenso, cruzamos la carretera para regresar al punto en el que hemos aparcado el coche en el pueblo, pasando por un parque de columpios para niños. De esta forma, completamos un trayecto de 12 kilómetros y 270 metros de desnivel positivo y negativo en el que hemos disfrutado de la naturaleza y de varias peculiaridades que esconde la provincia.
Estando tan cerca es casi obligatorio hacer una parada en Medinaceli. Situado a 1.210 metros de altura, entre las cuencas del Duero, el Ebro y el Tajo, esta localidad, por la que han pasado las culturas árabe, romana y cristiana, cuenta con un enorme patrimonio. Prueba de ello es que es uno de los pueblos más visitados de la provincia. Entre esos lugares que hay que conocer, destaca el arco romano. Este emblema de la villa fue declarado Bien de Interés Cultural en 1930 después de ser construido para dar acceso al recinto amurallado que protegía al pueblo. Se puede vislumbrar a muchos kilómetros distancia por su posición estratégica-.
La colegiata de la Asunción, la plaza Mayor, el castillo o el palacio ducal son otras de las joyas que merecen la pena ser vistas. No obstante, la riqueza arquitectónica de Medinaceli no acaba aquí. La antigua alhóndiga, que fue la sede del comercio del cereal, el aula arqueológica, la casa de Grande Covián, la puerta árabe o el rollo medieval también llaman la atención de todos los turistas.
Su riqueza cultural llega hasta tal punto, que la localidad también dispone de La Maison d´Eros y de El Jardín de las Delicias, de la excepcional Fundación DEARTE. Estos museos del erotismo, en los que se pondera el cuerpo humano, atraen cada año a miles de curiosos dispuestos a conocer aspectos que desconocían de su propia anatomía.
Por todo ello, la villa de Medinaceli es uno de los destinos rurales más codiciados a nivel nacional e internacional desde hace años. Historia, tradición, arquitectura, naturaleza y cultura se dan la mano en él a partes iguales.
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