Silencio en el puente

Desde el pasado 10 de marzo se ha impuesto un particular silencio en San Esteban de Gormaz. Ese día, la crecida del Duero provocó el corte de su puente de los “16 Ojos”, y el tráfico ya no cruza por la N-110. Sus arcos centenarios no soportan el peso de camiones y coches. Los parroquianos del Bar Antonio no asisten a la espera de vehículos en su semáforo vecino. Calma, como la que queda después de la tormenta y que ya dura demasiado.

Pero hay un silencio que retumba desde hace semanas en la comarca afectada por este corte, que no ha sido otro que el de algunos destacados políticos. De Aldea de San Esteban a Cuevas de Ayllón, de Atauta a Cenegro, sus vecinos, además de soluciones, esperaban algún mensaje de solidaridad, de apoyo, alguna muestra de empatía ante el hecho de que ahora cualquier viaje supone muchos más kilómetros y mucho más tiempo, que están más aislados y aún más lejos de todo. Pero son pocos y por eso solo han recibido indiferencia.

Una carretera nacional, la Soria-Plasencia, queda cortada, condicionando el día a día de una amplia zona de una provincia española, y los políticos de turno se comportan como si no pasara nada y el asunto no fuera con ellos. Como si hubiera ocurrido en un país remoto. Ningún apoyo público del presidente Sánchez o del presidente Mañueco. Ni rastro de tuits del ministro de Transportes anunciando medidas urgentes. Ni una mención del presidente nacional del PP, Núñez Feijóo. Ni siquiera el nuevo secretario general del PSOE de Castilla y León, Carlos Martínez, ha enviado un mensaje a los vecinos de los pueblos afectados, a pesar de ser soriano como ellos. Ausencia absoluta de reacciones como las que se sucedieron tras el colapso reciente de otro puente medieval, el de Talavera de la Reina. Diez horas después del derrumbe, Pedro Sánchez mandó un mensaje de apoyo a sus vecinos. Ha habido que esperar quince días para leer la primera publicación del ministro Óscar Puente sobre el corte total de la N-110 en San Esteban. Silencios y mensajes tardíos que dicen mucho.

De nuevo, la clase política de siempre nos ha dejado claro que ser pocos sí resta derechos.