Frente a la guerra, más política, más humanidad

Vivimos un clima internacional profundamente inquietante. El clima bélico que atraviesa el mundo, desde la guerra en Ucrania hasta la tragedia humanitaria en Gaza, nos golpea cada día con imágenes que creíamos del pasado. No podemos ni permanecer indiferentes desde la comodidad de nuestros hogares.

Creo firmemente en la política como herramienta para transformar la realidad, también en el escenario internacional. No comparto la idea de que la única respuesta posible a los conflictos sea el uso de la fuerza. La paz se construye con diplomacia, diálogo y respeto a los derechos humanos, no con intervenciones militares indiscriminadas ni con discursos que deshumanizan al adversario.

Resulta bochornoso ver cómo algunos usan la doble vara de medir, con el silencio cómplice ante unas víctimas y la conmoción selectiva ante otras. Debemos defender un mundo en el que el derecho internacional se respete sin excepciones, y donde cada vida valga lo mismo, sin importar su pasaporte, su color de piel o su religión.

Frente al auge de los autoritarismos y los populismos bélicos, es fundamental seguir creyendo en la cooperación, en el multilateralismo, en la solidaridad entre pueblos. Apostamos por una Europa comprometida con la paz y no arrastrada por la lógica de bloques o intereses estratégicos.

No podemos resignarnos y aceptar que este posicionamiento es una utopía, porque es uno de los principales combustibles que puso en marcha la maquinaria de la Unión Europea, hoy en peligro.

Es repugnante la banalización del sufrimiento y la normalización de la guerra. Y por eso, desde nuestra humilde posición como ciudadanía activa y consciente, debemos alzar la voz para exigir más política y menos violencia. Porque otro mundo es posible, pero no vendrá solo: hay que construirlo.