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Un accidente fatídico, un atentado terrorista y un incendio desolador: este fue el año negro de Soria

Un accidente fatídico, un atentado terrorista y un incendio desolador: este fue el año negro de Soria

Actualizado 05/08/2025 21:01

Hace 25 años, la provincia vivió una sucesión de tragedias que marcaron a varias generaciones: un accidente vial que dejó varios fallecidos en Golmayo, un atentado de ETA en Ágreda y un incendio forestal sin precedentes en la cuenca del Izana. Todo ello apenas un año después de que un tornado arrasara los pinares del noroeste soriano. Aquel bienio quedó grabado en la memoria colectiva como el más oscuro de la historia reciente de Soria.

Soria, verano del año 2000. Lo que debía ser una estación tranquila en una provincia acostumbrada al silencio se convirtió en un encadenamiento de tragedias que sacudieron a la sociedad soriana como pocas veces antes. En apenas semanas, la provincia enfrentó el dolor más profundo en sus carreteras, la amenaza del terrorismo en sus pueblos y la devastación de su entorno natural. Un año negro que, un cuarto de siglo después, sigue siendo recordado por su crudeza, su impacto humano y su huella imborrable.

6 de julio de 2000: un accidente realmente cruel

Parecía un jueves normal. Un autobús escolar, con 43 personas a bordo, niños y adolescentes de entre 12 y 16 años, procedentes de Ripollet y Viladecans (Barcelona), volvía de un campamento en Aranda de Duero. Circulaba por la N-122, a escasos cinco kilómetros de la capital, cuando colisionó con un camión que invadió su carril a la altura de Golmayo. El impacto fue brutal.

El resultado, demoledor: 28 personas fallecidas, la mayoría menores de edad, y más de una decena de heridos graves. El país entero se estremeció. Soria amaneció de luto, con crespones negros en los balcones y una pena que traspasaba fronteras. La tragedia conmocionó a la opinión pública y derivó en una oleada de homenajes y condolencias que llegaron desde todos los rincones del país.

Aquel accidente, uno de los más graves registrados en la historia de la red viaria española, marcó un antes y un después en la conciencia social sobre la seguridad en el transporte escolar. Años después, en el lugar del siniestro se colocó un monolito en recuerdo de las víctimas, testigo silencioso del dolor que dejó aquel día.

16 de julio de 2000: ETA atacaba a la provincia

Diez días después del accidente, Ágreda despertaba sobresaltada por una explosión. Un coche bomba había estallado frente al cuartel de la Guardia Civil. Eran las 14:40 horas. La banda terrorista ETA volvía a sembrar el miedo, esta vez en una localidad soriana acostumbrada a la tranquilidad.

El atentado dejó una mujer herida, Estrella Ruiz, vecina de Ágreda, que vivía en una casa próxima al cuartel. La onda expansiva dañó varias viviendas, rompió cristales y causó una profunda impresión en el vecindario. El ataque, perpetrado con unos 30 kilos de explosivos, se saldó sin víctimas mortales, pero supuso una herida psicológica en el tejido social del municipio.

Soria, que hasta entonces se había mantenido relativamente ajena a la actividad armada de ETA, pasó a formar parte del mapa del terror. Se intensificaron las medidas de seguridad en instalaciones oficiales y cuarteles, y durante días se respiró tensión y temor en la comarca del Moncayo.

25 de agosto de 2000: el fuego arrasó más de 2.000 hectáreas

Apenas un mes después, la provincia volvía a aparecer en los titulares por una nueva tragedia. Esta vez, en forma de fuego. Un incendio forestal de grandes proporciones se desató en la cuenca del río Izana, afectando a varios términos municipales como Tardelcuende, Matamala de Almazán, Quintana Redonda y otros enclaves del centro de la provincia.

Las llamas arrasaron casi 2.500 hectáreas de pinar y monte bajo, convirtiéndose en el mayor incendio forestal registrado en Soria hasta la fecha. Durante varios días, medios terrestres y aéreos lucharon por contener el fuego, mientras vecinos eran evacuados y algunas carreteras quedaban cortadas. El humo se dejaba ver desde kilómetros de distancia. El desastre obligó a revisar los protocolos de extinción y dejó una cicatriz visible en el paisaje soriano que tardó años en regenerarse.

1999 y los fenómenos meteorológicos adversos ya avisaron

Un año antes, el 1 de junio de 1999, la naturaleza ya había dado un aviso inusual. Un tornado de categoría F3, uno de los más destructivos que se recuerdan en España, recorrió los pinares del noroeste soriano. En apenas unos minutos, derribó más de 18.000 pinos en los términos de Casarejos, San Leonardo de Yagüe y Navaleno, destrozando 47 hectáreas de bosque.

Los vientos superaron los 300 km/h, según estimaciones de expertos en meteorología. Afortunadamente, no hubo que lamentar víctimas humanas, pero el fenómeno, excepcional en la península, dejó imágenes apocalípticas: troncos retorcidos, árboles partidos por la mitad y claros abiertos a la fuerza en bosques centenarios. Fue el anticipo, casi simbólico, del desastre que llegaría meses después.

Entre 1999 y 2000, Soria vivió su periodo más oscuro en décadas. Naturaleza, terrorismo, carretera y fuego se unieron en una secuencia de sucesos que marcaron a generaciones enteras. Un tornado inédito, un accidente de tráfico devastador, un atentado con bomba y un incendio forestal sin precedentes.

Aquel bienio sirvió para fortalecer los servicios de emergencia, endurecer los protocolos de prevención y, sobre todo, para recordar que ninguna tierra está completamente a salvo del dolor. Hoy, 25 años después, la memoria de aquellos días sigue viva en la provincia. Y Soria, resiliente como su gente, aprendió a vivir con esa herida, sin dejar de mirar atrás con respeto y con memoria.

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