La localidad vive su gala más esperada con gran afluencia de público en una tradición de reivindica las raíces y también la fiesta y la elegancia.
Las calles de El Royo se inundaban de color y tradición en una de sus noches más esperadas del año: la de este sábado. El desfile del mantón de Manila y la capa castellana volvía a celebrarse con un éxito rotundo, congregando a más de un centenar de participantes y a un público multitudinario para ser testigo de un espectáculo vivo y poco usual. La velada, que combinaba música, elegancia y fiesta popular, sigue siendo una cita ineludible que rinde homenaje a la riqueza del patrimonio textil y cultural.
La cita, una vez más, demostraba que hay tradiciones que no solo se resisten al paso del tiempo, sino que cobran nueva vida con cada edición. En un mundo que avanza a un ritmo vertiginoso, la localidad volvía a hacer una pausa para mirar a sus raíces y hacia adentro, para celebrar la belleza de prendas que son auténticas obras de arte y para reforzar los lazos de una comunidad que se enorgullece de su legado. El evento no era solo un desfile, sino una declaración de identidad y un acto de amor por la cultura popular.
El éxito de la convocatoria superaba las expectativas, reuniendo a vecinos y visitantes de toda la provincia, atraídos por la singularidad de una celebración que ha sabido combinar el respeto por el pasado con un ambiente festivo y cercano. A partir del concierto inicial, a las once de la noche, y hasta la verbena que se prolongó hasta bien entrada la madrugada de hoy domingo, cada momento estuvo impregnado de un espíritu de participación y alegría compartida, convirtiendo las calles del pueblo en un escenario vibrante de historia y vida.
El preludio de la gran noche tuvo lugar a las once en punto en el salón del Ayuntamiento. La Banda de Covaleda, una presencia familiar y querida en esta celebración, fue la encargada de poner el ambiente con un concierto que sirvió de punto de encuentro. El salón, completamente lleno, vibraba con la música y la expectación de lo que estaba por venir. Este primer acto no solo ofreció un repertorio de calidad, sino que también funcionó como catalizador social, reuniendo a los participantes y al público en un espacio compartido antes de que la fiesta se trasladara al exterior.
Poco antes de la medianoche, con los últimos acordes todavía resonando, los asistentes comenzaron a salir del consistorio. La temperatura exterior contrastaba con el calor humano que se había generado dentro, pero la ilusión era palpable. Era el momento de dar comienzo al acto central: el desfile. Las puertas del Ayuntamiento se convirtieron en el punto de partida de un río de seda, bordados y paño que estaba a punto de recorrer el corazón de El Royo.
El desfile fue, sin duda, el alma de la celebración. En torno a 120 personas ataviadas con sus mejores galas iniciaron el recorrido desde el Ayuntamiento hasta la plaza, convirtiendo el trayecto en una pasarela de arte en movimiento. Las prendas fueron mayoritariamente mantones, un centenar, mientras que las capas contabilizadas rondaron la veintena, si bien se trata de estimaciones de la organización, por lo que estas cifras podrían ser superiores.
A diferencia de otros certámenes, el de El Royo tiene un carácter puramente participativo. Aquí no hay ganadores ni perdedores, solo el orgullo de lucir una herencia familiar o una adquisición cuidada con esmero. Ya hace unos años que no se celebra concurso alguno, si bien el Ayuntamiento obsequia a los participantes con un detalle como recuerdo de la edición. Ello fomenta un ambiente de camaradería y celebración colectiva, donde lo importante es sumar y mantener viva la llama de la tradición. Cada mantón con sus flecos danzantes y cada capa portada con elegancia contribuían a un mosaico visual que nunca deja indiferente.
Al finalizar el desfile, la emoción continuó con uno de los momentos más esperados: el sorteo. Como es costumbre, se pusieron en suerte un magnífico mantón de Manila y una capa castellana, "para que también los hombres puedan ampliar el número de prendas y puedan participar en el evento", explican.
La fortuna sonrió a dos personas y la entrega de los premios se realizó de forma inmediata, añadiendo un plus de transparencia al momento. "Ver a los agraciados recoger su mantón y su capa en el acto es algo que el público agradece enormemente", según apuntan los organizadores.
Con los premios ya entregados, la noche dio paso a la música y el baile. Los participantes y el público se congregaron alrededor del antiguo quiosco de la música, restaurado hace unos años, para disfrutar de unos minutos de baile al son de pasodobles. Fue la transición perfecta entre la parte más solemne y la más festiva de la velada. El quiosco, iluminado para la ocasión, se convirtió en el epicentro de una estampa memorable, con los mantones y las capas girando en una danza que unía a generaciones.
Finalmente, la verbena popular puso el broche de oro a una noche intensa a modo de banda sonora. El Royo demostró tener energía de sobra, cerrando una de sus noches más emblemáticas con una celebración que dejó un excelente sabor de boca y el deseo de que la próxima edición llegue pronto.
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