Per cápita

Cada año, cuando se presentan los Presupuestos de la Junta de Castilla y León, se repite un mantra: «Soria es la provincia que más recibe por habitante». Es la excusa para justificar la desigualdad, el maquillaje que pretende esconder una realidad, Soria es la que menos inversión recibe de las nueve provincias de la comunidad; a 157 millones de euros de Segovia, la penúltima provincia en gasto, y a más de 1.200 millones de las dos primeras, León y Valladolid.

¿Qué pasa cuando se divide lo poco asignado a Soria por Mañueco entre los pocos habitantes que somos? Que el resultado parece muy alto. Pero ese dato ignora que mantener servicios en Soria cuesta lo mismo que en León, Valladolid o Burgos, aunque seamos menos habitantes. Además, la dispersión y la baja densidad de población nos penalizan, lo que debería suponer más inversión. Sin embargo, somos la provincia con menor aumento del gasto. Los números no mienten: las inversiones solo crecen un 5,89%, frente al 13,25% de media autonómica. Soria representa el 4% de la población y el 11% del territorio, pero apenas recibe el 3% del presupuesto total provincializado. Como afirmó Juan Vicente Herrera, somos «la hermana pequeña».

Hechos. En Sanidad la inversión se desploma un 46%. No hay partidas destacables que refuercen los servicios esenciales en la provincia. Las infraestructuras y la movilidad rural vuelven a quedar en segundo plano. El impulso logístico y la reindustrialización también se esfuman. No hay avances en la presa del río Mayor ni avión antiincendios en El Amogable. ¿Cultura?, literalmente cero euros. Promesas en papel mojado que se traducen en pobres inversiones.

Este discurso es una triquiñuela para aparentar “compromiso”. Un trampantojo. Precisamente por ser pocos y estar dispersos, Soria necesita un trato diferencial, un esfuerzo inversor real, no presupuestos que se limitan a maquillar los datos y repetir proyectos que no se ejecutan.

Tras seis años y medio de gobierno de Mañueco, Soria espera unos presupuestos ajustados a su realidad. No se trata de dividir las migajas de la tarta entre los pocos que vivimos en la provincia, sino de invertir lo necesario para que no nos sigamos marchando. No es un problema de matemáticas, es un problema de voluntad política.