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"Sin chaleco antibalas": la carta abierta de un antiguo alumno a sus profesores de los 90

"Sin chaleco antibalas": la carta abierta de un antiguo alumno a sus profesores de los 90

Actualizado 28/11/2025 17:42

Con motivo del Día del Profesor, el antiguo alumno Javi Penumbra dedica una emotiva tribuna a los docentes del colegio Sagrado Corazón. El texto repasa con humor y nostalgia las figuras de docentes icónicos durante la última década del siglo pasado tras un reciente reencuentro de exalumnos.

Con motivo del Día del Profesor, el antiguo alumno Javi Penumbra dedica una emotiva tribuna a los docentes del colegio Sagrado Corazón. El texto repasa con humor y nostalgia las figuras de docentes icónicos durante la última década del siglo pasado tras un reciente reencuentro de exalumnos.

La carta

CARMEN, LUIS, RODRIGO…Y LOS DEMÁS

Así, a Saco. Como si de una canción de Amaral se tratase, el título ya explicita que esto se trata de un reconocimiento, y un merecido homenaje, personificado en la figura de algunos de aquellos profesores que marcaron nuestras adolescencias con su carisma, sapiencia o energía, pero que es extensivo a todos aquellos docentes que se afanan y se curten día tras día en el aula defendiendo algo tan denostado como es la educación.

Porque el profesorado no es simplemente un mero transmisor de conocimiento, que ya es, sino que hoy en día, se le exige ser también cuidador de unos alumnos pertenecientes a una sociedad cada vez más infantilizada; que sea prácticamente un psicólogo y su manejo del aula sea impecable atendiendo a todas las necesidades especiales; que tenga unos conocimientos digitales amplios para poder planificar un sinnúmero de actividades y juegos; que también dialogue con unos padres que poco conversan y escuchan pero si culpan; que sea un burócrata semiautómata a tiempo completo; y también que sea divertido, pues la clase tiene que ser una especie de show ante la falta de concentración inherente a la juventud actual.

Vamos, prácticamente, que sean superhéroes. Y todo ello con una tasa de interinidad desorbitada, marchándose a otra ciudad o a un pueblo a ejercer, buscando piso donde no los hay, y cambiando cada año de colegio o instituto muchas veces.

Pero, generalmente, se nos olvida lo más importante. Y es que el profesor también transmite, marca, crea un recuerdo indeleble en el alumno, y a menudo, actúa como un referente, pudiendo conseguir que un alumno se enamore de una materia o que la odie eternamente, dirigiendo de esta manera la orientación profesional a futuro del alumno. El profesor vocacional lo vive, disfruta, es pasional, y hace del aprendizaje algo casi etéreo, sublime, y lo que es más importante, consigue un aprendizaje significativo en el alumno.

Por ello, ahora que este fin de semana nos hemos reunido varios de los compañeros que estudiamos en el antiguo Sagrado Corazón, tras, en mi caso, 28 años sin pisarlo, creo necesario y justo rendir homenaje a todos aquellos profesores que se desvivieron por enseñarnos, que nos aguantaron cuando éramos más rebeldes, un saco de hormonas, dramas o libros incluso sin abrir y deberes sin hacer. Y aun así hubo una cuadrilla de valientes que decidió entrar cada mañana en aquel ecosistema escolar de finales de los 90, sin casco ni chaleco antibalas.

Carmen Segura es el ejemplo más recordado por muchos de nosotros. Pequeña en estatura, grande en su profesión, jamás vi a nadie disfrutar tanto de un análisis sintáctico.

Tremendamente vivaz e inmensa y generosa en entusiasmo, consiguió que nos gustara toda la literatura habida y por haber, que escribiésemos romances apócrifos por placer, que rimáramos en endecasílabo por los pasillos. Sus hiperbólicas clases eran una auténtica sinestesia en sí mismas, yo mismo tuve el honor de recibir un gran epíteto de su parte por no hacer los deberes: ¡me llamó macarra!

Luis Revuelto era, sin duda, el profesor más temido por muchos. Su nivel de conocimiento era excelso, solo equiparable a la frondosidad y la horizontalidad pitagórica de su perenne bigote. Bajo esa seria apariencia y esa presencia que imponía incluso en chándal, tenía un humor tan fino que solo se detectaba resolviendo sus propias integrales y derivadas. Corregir los exámenes en voz alta ante toda la clase era su función semanal en prime time. Aún recuerdo ese 4 por escribir en hebreo a un alumno que no había puesto apenas nada en su examen de matemáticas, o ese 3 por escribir la fecha. Su polivalencia le situaba en matemáticas o física, pero también en educación física. El balonmano local le debe mucho a Luis, pues lo encumbró en la ciudad, y ésta le debe al menos, ponerle su nombre a un pabellón, o al menos, a una rotonda.

Rodrigo parecía ser el manitas del colegio. Clase de Sociales, para Rodrigo. Que hay que impartir este año imagen y sonido, ahí estaba él. Informática incipiente…mejor que la de Rodrigo. Y todas las clases las defendía de maravilla. El verdadero hombre del Renacimiento, tocaba todas las artes. En sus manos, cualquier asignatura adquiría el brillo de lo comprensible y lo humano: explicaba como si hablara contigo en un banco de parque, pero con la densidad de una enciclopedia de 24 tomos. Seguramente a él le deba gran parte de mi carrera profesional. Polivalente como una navaja suiza, cercano como uno más de nosotros. Ponía motes a los alumnos con precisión quirúrgica: el Tortugo, el Chirlas…. Era profesor, pero podría haber sido cualquier otra cosa que hubiese querido.

Estos son mis actores principales del Sagrado Corazón, pero hay muchos más. Porque un claustro sin secundarios es como una peli sin reparto: no funciona.

Los demás

Si hay una monja que nos haya marcado en el recuerdo, es Sor Amparo. Incluso este mismo fin de semana nos ha robado muchas risas recordándola. Matemática mística, siempre recordada por dar clase literalmente de espaldas a la clase, escribiendo fórmulas matemáticas sin parar como si las recibiera por revelación divina. Pero siempre de frente al lado de los alumnos que necesitaban un refuerzo, un empujón o simplemente ser escuchados y comprendidos. El corazón se le salía de la pizarra.

El profesor de plástica más serio del hemisferio norte se llamaba Ángel. Una mezcla entre escultor etrusco y funcionario de la Agencia Tributaria, su parecido con Frank Grimes no era anecdótico: compartía esa lucha perpetua contra la mediocridad y el caos adolescente. Creo haberle visto reír una vez, cuando Dani y yo le explicamos que nuestro mural había sido destrozado en una voladura. Era tremendamente cierto, por otro lado.

Sor Constanza, con pinta de auténtica misionera, era sin duda la más cercana. Empezaba hablando de religión, muy seria, muy doctrinal, con solemnidad litúrgica. Terminaba, inevitablemente, riendo y hablando de preservativos. Una clase que habría escandalizado al Vaticano, pero orientado muchas adolescencias.

Vivi, la profesora de educación física que, en giro inesperado del guión, impartió un año entero de natación sin meterse jamás en la piscina, cual sirena de tierra firme, como si el balón medicinal lo llevara en los bolsillos. Ni falta que hacía, su método funcionaba por pura autoridad anfibia. Yo aún no sé nadar.

Inma, profesora de biología, botánica y mil ciencias más, con clases donde la experimentación acababa cuando explotaba el mechero Bunsen y el propanotriol perdía todo su efecto alcohólico. Debí haberle hecho caso cuando me dijo que no estudiara, ni remotamente, nada relacionado con los medios de comunicación.

Y muchos más malabaristas de la educación: Alicia, Lourdes, Adela, Blanca, Leandro, Carmen, Concha…había calidad para hacer una alineación en el partido de ida y otra diferente en el partido de vuelta.

Puede que hoy nos falte memoria para cosenos, fechas o present perfect, pero nos acordamos de ellos, de los citados y los no citados, los épicos y los discretos, los que enseñaron, regañaron, rieron, desesperaron y volvieron a intentarlo, formaron el inefable grupo de profesores con el que muchos crecimos. Cada uno con su rareza, su genio, su gesto, su saber estar y su paciencia.

Porque les debemos un reconocimiento y un homenaje por su gran esfuerzo. Porque se lo debo, ahora que yo también soy profesor.

Javi Penumbra

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