Una de nuestras lectoras, Melisa Negredo Alonso, nos envía esta carta en la que narra una escena contemplada este domingo en la capital. Una escena de futuro, de tecnología y de reflexión. Una escena de vida.
La vi hace unos días en el Soto Playa, en unas fechas tan cargadas de significado como la Navidad. Días de familia, de amigos, de recuerdos que vuelven y de ausencias que se notan más que nunca. Días de parar o al menos intentarlo, y mirar alrededor.
Un grupo de amigos compartía la hora del “vermú” con sus hijos. Los niños, caña de pescar en mano, jugaban concentrados, atentos al agua, al movimiento, a la espera. Jugaban como se ha hecho siempre, con paciencia, con curiosidad, con esa inocencia que solemos atribuir a la infancia… aunque quizá ya no sepamos muy bien a qué inocencia nos referimos.
A pocos metros, las niñas pequeñas. Tres de ellas no despegaban la vista del móvil. Vídeos que se sucedían uno tras otro, sin pausa, sin levantar la mirada. Tan absortas que ni siquiera reaccionaron cuando una cuarta niña se acercó. No hubo saludo, ni gesto, ni sitio para ella. Permaneció allí, sola, esperando algo tan básico como atención.
Y es ahí donde la escena deja de ser anecdótica para volverse incómoda.
Tal vez sea cierto que idealizamos la inocencia de los niños. O quizá la estamos sustituyendo por otra cosa. Porque cuesta entender cómo, tan pronto, se aprende a preferir una pantalla y una sucesión infinita de vídeos, a la posibilidad de una amistad, de un juego, de una conversación torpe pero real.
No se trata de señalar ni de juzgar, sino de preguntarse qué sociedad estamos construyendo cuando incluso en días pensados para el encuentro, la cercanía y el recuerdo, nos cuesta levantar la vista. Cuando estar conectados no siempre significa estar juntos.
Hace pensar en cómo crecerán. En si, con el paso del tiempo, echarán de menos a sus familiares, a sus amigos, a esos momentos sencillos que no se pueden recuperar más tarde. En qué lugar quedará el disfrute de lo cotidiano, el estar presentes de verdad, el aburrirse incluso… porque del aburrimiento también nacía la imaginación.
¿Dónde quedó aquello de disfrutar de todo? De una tarde cualquiera, de una caña de pescar…
Quizá el inicio de un nuevo año sea un buen momento para detenernos y reflexionar sobre ello, sobre qué modelo de relaciones estamos fomentando, qué valor damos al tiempo compartido y qué lugar ocupan hoy la amistad, la atención y la presencia real en la infancia.
Porque detrás de una escena aparentemente cotidiana hay preguntas de fondo que interpelan a toda la sociedad. Y la principal es sencilla, pero incómoda, ¿qué estamos enseñando a elegir a los niños cuando una pantalla pesa más que la mirada de quien tiene al lado?
Con ese deseo, arrancamos el año.
Que el 2026 nos encuentre más presentes, más atentos y un poco más juntos.
Melisa Negredo Alonso.
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