Vaya por delante, doy mi palabra, de que no soy muy amigo de entrar al trapo en lo que a la polémica del momento concierne. Ha sido, sencilla y llanamente, que el artículo ?Cuando una ciudad se pierde?, del señor Javier Marías, a quien respeto e incluso admiro, me ha tocado una fibra que ya tenía bastante irritada desde hacía mucho tiempo? Y que conste que no es una ojeriza personal, insisto, contra el señor Marías (que no se la profeso), ni contra otro renombrado literato que también se deja caer por aquí con frecuencia (y que suele adolecer de comentarios del estilo), ni contra nadie concreto: lo que a mí me toca los bemoles es una actitud.
A lo largo de mi vida, máxime desde que decidí no vivirla fuera de esta tierra ni de esta ciudad, he tenido que contemplar el ir y venir de amigos que tomaron otro camino, de visitantes de fin de semana y Virgen de Agosto, de hijos de emigrantes buscando la vuelta a las raíces? Y es alarmantemente frecuente, supongo que por tendencia natural humana, esa querencia por ?que todo siga como yo lo recuerdo?. Aquí es, ya lo lamento, donde a mí se me hincha la vena. Nuestro espacio mental nos pertenece, y allí podemos amueblar los decorados como mejor nos plazca, pero cuando ya se nos ocurre extrapolar eso a la aplicación práctica en el mundo real es cuando nos damos de cornadas los dos: el nostálgico de ?a ratos? y el pragmático de todos los días. Y que conste que, por mí, bienvenido sea cualquiera que se deje caer por aquí, sea cual sea la fecha, la frecuencia y la duración de la estancia, pero háganme el favor, señores, y no nos digan cómo tenemos que vivir aquí y cómo debemos mantener la ciudad sólo para que ustedes estén a gustito los cuatro ratos que vienen.
Me apuesto el cuello a que cuando el señor Marías y gentes de opinión semejante se dan un garbeo en automóvil por la gran city en cuyo padrón figuran, les gusta tener un aparcamiento donde parar; aparcamiento cuya construcción, me vuelvo a apostar el pescuezo, ocasionó ruidos y molestias. Y no es que yo sea un fan de la actual obra del paseo del Espolón, pero en lo que sí que soy intransigente es en defender el derecho de Soria y de los sorianos a tener infraestructuras y servicios: los que moramos aquí todo el año también los necesitamos.
No le voy a quitar la razón: en Soria nos hace falta poco para organizar un festejo. Hay quien lo entiende como inherente a nuestra idiosincrasia; otros, por el contrario, nos tildan de ociosos y gamberros. A estos últimos, les invito a que, por ejemplo, se tiren un mes de noviembre, de principio a fin, viviendo aquí, aguantando el frío y la oscuridad, la quietud extrema y la falta de todo. Quizá entonces entiendan por qué buscamos el bullicio y por qué lo disfrutamos con tanto ahínco.
Ahora bien, don Javier, lo que sí que voy a decir en voz bien alta es que usted está pasando a Soria y a sus habitantes por un rasero desmesuradamente estricto y un tanto desquiciado. ¿Realmente le molesta tanto el repiqueteo de la tanguilla de los jubilados? ¿Tanto como para tratarlos con esa crueldad y llamarlos ?ociosos?? ¿Acaso no tiene en Madrid bares y terrazas, trenecitos turísticos, y todas esas aberraciones que tanto le indignan en Soria? Porque yo no veo que deje de vivir allí por ello? Porque usted y los que opinan igual, los de ?que dejen Soria quieta y como está?, para sus gestiones administrativas, sus hospitalizaciones, sus aparcamientos, su ocio, y un sinfín de asuntos mundanos, hacen el gasto fuera de aquí, normalmente en capital grande, y cuando vienen a Soria quieren calma chicha. Entérense de una bendita vez: Soria, por encima de todo, es una ciudad en la que vive gente, y para disfrutar de paz de cementerio, señores míos, se va uno al cementerio. Es lo que tiene la vida: que organiza revuelo.
A lo mejor no se encontraría tan molesto, don Javier, si se hubiese alquilado un piso no tan céntrico y bien situado; y eso que estoy convencido de que en una calle de sexta categoría de Madrid traga usted cien veces más ruido que en el centro de Soria, pero, en cualquier caso, aquí hay muchas zonas y barrios donde apenas se oye una mosca. Ahora bien, si usted necesita silencio absoluto para escribir, admirado señor Marías, me temo que ya es cuestión personal de cada uno; muchos le damos a las letras (no tan exitosamente como usted) y no tenemos tanto problema con el entorno.
Y, por el amor de Dios, y esto va para todos, déjenme ya de una maldita vez de Machado, Bécquer y el Sursum corda. La cultura está muy bien, y fue fantástico que esta tierra les inspirara de un modo tan sublime, pero estos dos señores está muertos, y vivieron en una Soria de hace 100 y 150 años, respectivamente; bueno será que queden reminiscencias, que las hay, pero no pretendan, por favor, encontrarse las cosas como entonces: esto no es el plató de una película.
Es muy fácil soñar Soria desde la distancia y maldecir luego los cambios en nuestro imaginario ideal; lo que no es tan fácil es vivirla en el día a día y ver cómo los escasísimos progresos que conseguimos son, para más inri, criticados por una serie de personas que se creen con derecho, cuando se hartan de las comodidades y la prosperidad de su gran Metrópolis, a tener Soria como reducto del pasado y coto privado de vacaciones. Avelino Hernández, soriano en la diáspora que jamás perdió el norte en este aspecto, escribió una genial obra, El Aquilinón, donde ésta y otras actitudes parecidas quedan resumidas en una sola frase: ?¡Copón, que bien se piensa desde casa!?.
Vaya por delante, doy mi palabra, de que no soy muy amigo de entrar al trapo en lo que a la polémica del momento concierne. Ha sido, sencilla y llanamente, que el artículo ?Cuando una ciudad se pierde?, del señor Javier Marías, a quien respeto e incluso admiro, me ha tocado una fibra que ya tenía bastante irritada desde hacía mucho tiempo? Y que conste que no es una ojeriza personal, insisto, contra el señor Marías (que no se la profeso), ni contra otro renombrado literato que también se deja caer por aquí con frecuencia (y que suele adolecer de comentarios del estilo), ni contra nadie concreto: lo que a mí me toca los bemoles es una actitud.
A lo largo de mi vida, máxime desde que decidí no vivirla fuera de esta tierra ni de esta ciudad, he tenido que contemplar el ir y venir de amigos que tomaron otro camino, de visitantes de fin de semana y Virgen de Agosto, de hijos de emigrantes buscando la vuelta a las raíces? Y es alarmantemente frecuente, supongo que por tendencia natural humana, esa querencia por ?que todo siga como yo lo recuerdo?. Aquí es, ya lo lamento, donde a mí se me hincha la vena. Nuestro espacio mental nos pertenece, y allí podemos amueblar los decorados como mejor nos plazca, pero cuando ya se nos ocurre extrapolar eso a la aplicación práctica en el mundo real es cuando nos damos de cornadas los dos: el nostálgico de ?a ratos? y el pragmático de todos los días. Y que conste que, por mí, bienvenido sea cualquiera que se deje caer por aquí, sea cual sea la fecha, la frecuencia y la duración de la estancia, pero háganme el favor, señores, y no nos digan cómo tenemos que vivir aquí y cómo debemos mantener la ciudad sólo para que ustedes estén a gustito los cuatro ratos que vienen.
Me apuesto el cuello a que cuando el señor Marías y gentes de opinión semejante se dan un garbeo en automóvil por la gran city en cuyo padrón figuran, les gusta tener un aparcamiento donde parar; aparcamiento cuya construcción, me vuelvo a apostar el pescuezo, ocasionó ruidos y molestias. Y no es que yo sea un fan de la actual obra del paseo del Espolón, pero en lo que sí que soy intransigente es en defender el derecho de Soria y de los sorianos a tener infraestructuras y servicios: los que moramos aquí todo el año también los necesitamos.
No le voy a quitar la razón: en Soria nos hace falta poco para organizar un festejo. Hay quien lo entiende como inherente a nuestra idiosincrasia; otros, por el contrario, nos tildan de ociosos y gamberros. A estos últimos, les invito a que, por ejemplo, se tiren un mes de noviembre, de principio a fin, viviendo aquí, aguantando el frío y la oscuridad, la quietud extrema y la falta de todo. Quizá entonces entiendan por qué buscamos el bullicio y por qué lo disfrutamos con tanto ahínco.
Ahora bien, don Javier, lo que sí que voy a decir en voz bien alta es que usted está pasando a Soria y a sus habitantes por un rasero desmesuradamente estricto y un tanto desquiciado. ¿Realmente le molesta tanto el repiqueteo de la tanguilla de los jubilados? ¿Tanto como para tratarlos con esa crueldad y llamarlos ?ociosos?? ¿Acaso no tiene en Madrid bares y terrazas, trenecitos turísticos, y todas esas aberraciones que tanto le indignan en Soria? Porque yo no veo que deje de vivir allí por ello? Porque usted y los que opinan igual, los de ?que dejen Soria quieta y como está?, para sus gestiones administrativas, sus hospitalizaciones, sus aparcamientos, su ocio, y un sinfín de asuntos mundanos, hacen el gasto fuera de aquí, normalmente en capital grande, y cuando vienen a Soria quieren calma chicha. Entérense de una bendita vez: Soria, por encima de todo, es una ciudad en la que vive gente, y para disfrutar de paz de cementerio, señores míos, se va uno al cementerio. Es lo que tiene la vida: que organiza revuelo.
A lo mejor no se encontraría tan molesto, don Javier, si se hubiese alquilado un piso no tan céntrico y bien situado; y eso que estoy convencido de que en una calle de sexta categoría de Madrid traga usted cien veces más ruido que en el centro de Soria, pero, en cualquier caso, aquí hay muchas zonas y barrios donde apenas se oye una mosca. Ahora bien, si usted necesita silencio absoluto para escribir, admirado señor Marías, me temo que ya es cuestión personal de cada uno; muchos le damos a las letras (no tan exitosamente como usted) y no tenemos tanto problema con el entorno.
Y, por el amor de Dios, y esto va para todos, déjenme ya de una maldita vez de Machado, Bécquer y el Sursum corda. La cultura está muy bien, y fue fantástico que esta tierra les inspirara de un modo tan sublime, pero estos dos señores está muertos, y vivieron en una Soria de hace 100 y 150 años, respectivamente; bueno será que queden reminiscencias, que las hay, pero no pretendan, por favor, encontrarse las cosas como entonces: esto no es el plató de una película.
Es muy fácil soñar Soria desde la distancia y maldecir luego los cambios en nuestro imaginario ideal; lo que no es tan fácil es vivirla en el día a día y ver cómo los escasísimos progresos que conseguimos son, para más inri, criticados por una serie de personas que se creen con derecho, cuando se hartan de las comodidades y la prosperidad de su gran Metrópolis, a tener Soria como reducto del pasado y coto privado de vacaciones. Avelino Hernández, soriano en la diáspora que jamás perdió el norte en este aspecto, escribió una genial obra, El Aquilinón, donde ésta y otras actitudes parecidas quedan resumidas en una sola frase: ?¡Copón, que bien se piensa desde casa!?.