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La mureña Cándida Hernández celebra su centenario en la residencia de Ágreda

La mureña Cándida Hernández celebra su centenario en la residencia de Ágreda

Actualizado 25/08/2022 13:15

La homenajeada recibe el homenaje provincial en la residencia gestionada por la Diputación con la compañía de sus familiares.

Javier Navarro, diputado de la institución provincial ha asistido al acto de homenaje de una nueva centenaria, que hoy recibe por parte de la Diputación de Soria, el acta con la fecha de su nacimiento y la placa conmemorativa. En el homenaje, además de familiares y cercanos, ha estado la alcaldesa de Ólvega y el alcalde pedáneo de Muro.

El 25 de agosto de 1922 nacía en esta localidad Cándida Hernández Peñuelas, la segunda hija del matrimonio de Marciano y Juliana. Una familia trabajadora de agricultores y ganaderos, que ya tenían otra hija mayor, Eulalia y que diez años más tarde cumplieron el sueño de tener un niño, Aurelio, que siempre fue el ojito derecho de Cándida.

Eulalia se fue muy pronto, pero Cándida tuvo la suerte de tener en su vida a su prima Eloísa y a su cuñada Olvido que siempre han sido como hermanas para ella hasta hoy.

Como había pocos varones en la familia, Cándida y Eulalia ayudaban a sus padres en las labores de labranza, siempre bien cubiertas para que el sol no broncease demasiado su piel. “Si hay algo que caracteriza a Cándida es lo presumida que ha sido toda la vida”, detalla uno de los integrantes de la familia Hernández Hernández, quien no ha querido perderse una celebración tan importante.

La longeva mureña detalla que cuando eran jóvenes su madre las llevaba a su hermana y a ella a Tarazona a confeccionarse vestidos y que eran las que lucían más elegantes en las fiestas del pueblo.

A lo largo de toda la vida, ha preservado esa coquetería, siempre bien arreglada, conjuntada, sin olvidar el carmín en los labio pintados y bien peinada para salir a la calle. El día de la fiesta se paseaba por el pasillo de casa con varios modelitos pidiendo consejo a ver cuál le sentaba mejor.

Se casó el 12 de abril de 1951, con Martín Hernández, con 28 años. Formaban una pareja “de película”. Él, alto, rubio y de ojos azules y ella, morena de ojos oscuros. Fueron unos avanzados para su época y se fueron a Barcelona a pasar la luna de miel. El matrimonio, en cinco años tuvo tres hijas: Mirna, Sero y María Luisa.

La ahora centenaria se quedó con la espinita de tener un hijo varón, pero tuvo la suerte de disfrutar muy buenos sobrinos que hicieron las veces de hijos cuando hizo falta.

Primer hogar

Cándida describe cómo comenzaron a vivir en un hogar que más que casa era un “caso” por el estado viejo en el que se encontraba, pero con su esfuerzo en 1964 se mudaron a un inmueble ya más nuevo y grande, con un corral amplio para el ganado y para la mula y una parte superior con espaciosas habitaciones. Además, un baño que, para la época, era toda una novedad.

El matrimonio tuvo siempre presente querer dar a sus hijas una vida mejor que la que ellos habían vivido en el campo y por eso las enviaron a estudiar, primero al instituto a Alfaro y después a Madrid y Soria.

Su mayor orgullo siempre fue su familia, en especial sus seis nietos: Gisela, Enrique, Amado, Noemí, Martín y Lara, de los que siempre presumía que habían hecho buenas carreras: economistas, abogados, ingenieros y médicos y de que eran buenos mozos. Ha tenido la suerte de conocer a 11 bisnietos.

Fiestas

Todos los años tenía la alegría de que la casa se llenara en verano para las fiestas del pueblo. “¿Vendrás a fiestas este año, ¿no? Lo pasaremos bien, traerán buenas orquestas y vaquillas por la noche” desvelaba a todos los nietos cada vez que hablaban con ella cuando vivía en su domicilio familiar.

Las fiestas eran el momento donde la familia entera se reunía. Ella preparaba la casa limpia “como la patena”, hacía pastas en el horno para que no faltase de nada. Una tradición que pasó de madres a hijas y de hijas a nietas y “gracias a esos momentos contribuyó a que tuviéramos esos recuerdos tiernos de la infancia en el pueblo y una relación estrecha entre primos y hermanos”.

Tradición que siguen cultivando y que pasa ya a sus bisnietos. También todas las Navidades daba el aguinaldo a sus nietos, augurando que sería el último año porque ya era muy mayor, “pero en eso gracias a Dios se equivocaba”, continúa uno de sus descendientes.

En 1987 el matrimonio adquirió un piso en Soria, donde pasarían sus mejores años. El nuevo hogar, estaba en el centro de la ciudad, al lado de la iglesia de Santo Domingo, y a un paso de la casa de su hija, donde pudo disfrutar de su nieta Lara, ya que el resto de los nietos los tenía en Madrid.

A pesar de tener muchos conocidos no le gustaba quedar con la gente ya que como buena ‘chacurra’ era puntual de más y se presentaba a las citas una hora antes, con lo que prefería encontrarse a la gente en la calle, lo cual era fácil de camino al mercado o dando un paseo. Enviudó demasiado pronto, en 1999 y gracias al piso de Soria pudo sobrellevarlo mejor que si hubiera estado sola en el pueblo, ya que tenía cerca a su hija, a su hermano Aurelio y a su cuñada Olvido.

Energía

A lo largo de toda su vida lo que ha caracterizado siempre a Cándida ha sido su increíble energía, persona vital donde las haya, no era capaz de estar parada ni de dejar que los demás estuvieran parados tampoco. Siempre limpiando sobre limpio, su mayor gozo era montar un buen zafarrancho con sus hijas. “Qué bien, ya está toda la ropa limpia y guardada en los armarios”, decía orgullosa al final de cada día.

Hasta los 94 años vivió sola en su casa. Siempre ha gozado de muy buena salud, a día de hoy puede enorgullecerse de no haber sufrido ninguna enfermedad grave y no tener que tomar pastillas, algo admirable para una centenaria

Los últimos años ha estado viviendo al cuidado de sus tres hijas y de sus dos yernos, Amado y Miguel Ángel, que la han tratado como si fuera su propia madre.

“Queremos rendirle homenaje por esos 100 años y sentirnos muy afortunados de haber disfrutado de esa madre, abuela y bisabuela”, señalan sus hijos.

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