Esta panadería ubicada en Almarza abrió sus puertas en 1969, cuando los padres y tíos de Juan Carlos Sanz comenzaron a hornear. Hoy continúa llevando pan y otros alimentos a una veintena de localidades, así como vecinos de otras tantas se acercan hasta la tienda física a comprar su barra diariamente.
"Una barra de pan y unas magdalenas para los nietos, que han venido a verme en verano". Esta frase que seguramente hemos oído muchas veces en los pueblos, cada vez es más difícil escucharla en algunos municipios debido al cierre de comercios rurales. Todo a causa de la despoblación. Y aunque las pequeñas localidades se llenan de vida en verano, en invierno la realidad es otra.
A pesar de todo, hay negocios que resisten, como la Panadería Sanz, en Almarza, que sigue abriendo cada día para ofrecer pan a sus vecinos y a los habitantes de los pueblos cercanos. De hecho, su reparto llega a una veintena de localidades, como Santa Cruz de Yanguas, Villar del Río o Yanguas, a las que se acerca dos o tres veces por semana, según la temporada. La furgoneta de reparto no solo lleva alimentos, también reparte conversación y compañía. Porque ese pan que muchos conseguimos simplemente bajando a la calle, en estas zonas rurales depende del compromiso de quienes, como Juan Carlos y su equipo, mantienen vivo su negocio.

"Ahora, en agosto, todo se llena y hacemos hasta tres viajes a la semana, pero cuando llega el invierno la cosa cambia. Las ventas bajan y las carreteras se complican", cuenta Juan Carlos Sanz, gerente de este negocio familiar que abrió sus puertas en 1969, a Soria Noticias. Fueron sus padres y sus tíos quienes dieron los primeros pasos, y en 2007, él, junto a su mujer, decidieron darles el relevo generacional. Ahora, junto a su equipo, que en verano es de ocho personas y en invierno se reduce a la mitad, sigue horneando cada día con la misma ilusión.
Desde el obrador salen empanadas caseras, bizcochos, españoletas, delicias de Santa Lucía, pastas de almendra, sobadillos de aceite o cocos, cuenta Begoña, una de las trabajadoras, que se reparten no solo en los pueblos sino también a los vecinos que se acercan hasta Almarza, donde también aprovechan para hacer la compra en la carnicería, la farmacia o a hacer gestiones bancarias en la oficina de Caja Rural. "Toda la gente que vive a unos 15 kilómetros a la redonda viene a Almarza, compra el pan y aprovecha para hacer otros recados", afirma Juan Carlos.

Y no es para menos que comprar a diario el pan sea una de las costumbres españolas que más cueste perder. En este negocio ofrecen pan auténtico y artesanal, del que se considera "de toda la vida" y que no tiene competencia frente a grandes superficies. Aun así, Juan Carlos tiene claro que su oficio está destinado a desaparecer en un futuro. "Esto es algo que quedará para el recuerdo. Igual que un herrero va a hacer una demostración, un día será un panadero quien vaya a los mercados de artesanía a mostrar cómo se hacía el pan de verdad", lamenta.
Es por ello que oficios como el suyo agradecen todas las subvenciones e iniciativas que las administraciones ofrecen a los negocios rurales para que se mantengan y no tengan que bajar la verja. "Cualquier ayuda es bienvenida, como las campañas de apoyo al comercio rural o las ayudas al comercio ambulante que ofrece la Diputación de Soria, entre otras".

Y es que los comercios rurales son mucho más que tiendas, pues no solo dan vida a los pueblos en los que se encuentran, sino que también llenan de alegría a aquellos en los que desafortunadamente no queda ninguna tienda abierta. Estos negocios llevan un momento de encuentro entre vecinos que da alegría y hacen la vida más fácil a esas personas que, a pesar de las dificultades de residir en una localidad sin apenas población, se resisten a abandonar la tierra en la que crecieron y en la que cada año reciben con ilusión a todos los turistas y familiares en la temporada estival.
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